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Todos conocemos un poco de la vida de Jesús y sabemos cómo sirvió a todos: pobres, enfermos, necesitados, pecadores ... Esa fue toda su vida: entregarse al servicio de los demás. El es el amigo, el compañero verdadero, el que nunca falla.
Por eso, cuando iba a morir dejó este único encargo: que nos amemos los unos a los otros como El nos amó. Este fue su testamento. Nos manda querernos de verdad y sin límites. Si es necesario hasta la muerte.
Desde entonces nadie puede decir que ama a Dios, si es que no se lleva con sus hermanos. El amor a Dios y el amor al prójimo son como dos laderas de un mismo cerro.
El que ama a Dios tiene que luchar por mejorar la vida de sus hermanos. Sobre todo la de los más pobres y oprimidos. Si queremos seguir a Cristo, tenemos que estar dispuestos a trabajar por la justicia del Evangelio hasta la muerte.
El mandamiento de Jesús nos obliga a abrir bien los ojos para conocer nuestras necesidades; y nos lleva también a organizarnos para poder luchar juntos. El ideal de la lucha es llegar a vivir como hermanos.
El primer paso debe comenzar por nosotros mismos. Aprendamos a ser verdaderos amigos unos de otros. Para ello hay que botar fuera las barreras de los prejuicios y desalambrar el corazón de todo egoísmo. La verdadera amistad dentro de nuestra familia y dentro de nuestra comunidad son los cimientos de ese gran mundo de hermanos que queremos construir.
Este amor de hermanos, que viene de Cristo, es la única fuerza capaz de transformar el mundo. dialoguemos amigablemente sobre ello.
DIALOGO COMUNITARIO
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