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En el fondo de todas las formas de discriminación están el prejuicio basado en conceptos de identidad y la necesidad de identificarse con un grupo determinado. Esto puede generar división, odio e, incluso, la deshumanización de otras personas porque tienen una identidad diferente.
En muchas partes del mundo, las políticas de la culpa y el miedo están en auge. La intolerancia, el odio y la discriminación causan una fractura cada vez mayor en las sociedades. La política del miedo divide a la población mientras los dirigentes difunden un discurso tóxico y culpan de los problemas económicos o sociales a determinados grupos o personas.
Algunos gobiernos intentan reforzar su poder y el statu quo justificando abiertamente la discriminación en nombre de la moral, la religión o la ideología. La discriminación puede incorporarse a la legislación nacional, a pesar de infringir el derecho internacional: por ejemplo, la criminalización del aborto, que niega a las mujeres, a las niñas y a las personas embarazadas los servicios de salud específicos que necesitan. Las autoridades pueden incluso considerar que ciertos grupos tienen más probabilidades de delinquir por el mero hecho de ser quienes son, como los pobres, los indígenas o los negros.