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La creación musical es una labor muy complicada, pues implica el control de todos los elementos que participan en la música: el sonido en todos sus caracteres, la armonía, el ritmo, la estructuración formal, la tímbrica u orquestación... A pesar de todo cualquiera puede inventarse una melodía, tararear con ritmo, dominar alguno de los elementos antes citados pero no controlar otros. Por eso, dentro de la creación musical encontramos diversos términos y funciones alrededor de la composición. Las siguientes entradas simplifican la cuestión, aproximándose al uso general que reciben estas palabras. No queremos entrar en cuestiones de calidad; se puede ser un magnífico artista en uno solo de los aspectos que tratamos, sin que sea descalificacado por no dominar otros.
El concepto de forma no puede aprenderse directamente. Solo la escucha de la obra, su desarrollo en el tiempo, permite la percepción. Históricamente, el compositor que titulaba una obra relacionándola con una forma precisa, podía indistintamente hacer referencia a sus aspectos genéricos (es decir, a su destino), o a su estructura musical (es decir, a su arquitectura), o incluso a los dos a la vez, aspectos genéricos y aspectos estructurales, ya que están a menudo imbricados. Es lo que de modo natural ha producido un deslizamiento semántico, y que numerosos términos que designan diferentes formas ―motete, fuga, aria, rondó, etc.― se hayan revestido de sentidos distintos, unas veces cercanos al concepto de género musical, otras veces cercanos al de estructura musical.
Un ejemplo notorio es el del término «sonata» que, según el contexto, puede designar el «género sonata», o bien la «forma sonata» presente en diversos géneros, por ejemplo la sonata clásico-romántica, el cuarteto o la sinfonía, que la emplean en algunos de sus movimientos, y por lo que son conocidos como "géneros sonato-sinfónicos"