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El prólogo de esta historia nos hace una sabia distinción entre una persona inteligente y una persona astuta. El primero tiene mayor capacidad de concentración, de memorización, de agilidad matemática, etc. El otro es más vivo, más perspicaz, más ágil en cuestiones de deducción, más ingenioso. Así, en el juego del ajedrez, por ejemplo, el analista lleva ventaja. Un analista es sencillamente alguien aficionado al análisis, lo mismo que un tenista lo es del tenis; es alguien que en la búsqueda de los detalles, de las pistas, de la evaluación de todas las circunstancias concernientes a un hecho o situación, encuentra placer y realización. Es por eso que jugando al ajedrez le es fácil hallar el error ajeno, porque sopesa con detenimiento científico todos los movimientos posibles, tanto suyos como del adversario. De este modo, ganará la partida el más analítico de los dos, porque no solamente se fijará en las piezas, sino también en los gestos y, en fin, los pensamientos del contrario. Por el contrario, en las damas, es más fácil alcanzar la victoria si eres perspicaz, porque requiere menos estudio, más rapidez.
Dupin es un hombre de mediana edad que reside en París, junto a su amigo el narrador (que no nos dice su nombre). Una noche, paseaban por las calles en su conversación, como de costumbre. Pero en un determinado momento, ambos dejaron de hablar durante unos minutos. Y nuestro narrador se quedó perplejo al advertir que su amigo, haciendo un comentario acerca del teatro, había leído su mente. Dupin le explicó cómo lo había hecho, y no se trataba de magia ni nada por el estilo, sino de pura deducción. El analista se fijó en que su compañero tropezó con un hombre y casi cae al suelo, lo cual le hizo pensar en los adoquines a los que fue a parar y frenaron su caída. Dichos adoquines le hicieron pensar a su vez en otra cosa relacionada, y así fue enlazando unos pensamientos con otros hasta llegar a lo del teatro.
Al día siguiente, se encuentran con la noticia de que una madre y su hija fueron encontradas muertas la pasada noche en su propia casa, en la céntrica calle Morgue, con desagradables signos de violencia. Según el periódico, el cual realizó un intenso estudio del caso, los vecinos llegaron al lugar nada más oír horribles gritos en la casa de las mujeres asesinadas. Cuando las encontraron, nadie más se hallaba allí. La hija fue sacada, con gran dificultad, de la chimenea y mostraba signos de estrangulación. La madre, en cambio, estaba en el patio, horriblemente mutilada y ensangrentada.
Dupin, leyendo y releyendo los testimonios de los implicados en el encuentro de las mujeres, se interesó en investigar aquella casa, no contento con las escasas averiguaciones y pobres teorías de la policía. Ambos colegas lograron prontamente los requeridos permisos para examinar el lugar de los homicidios. Cuando nuestro avispado protagonista presenció la dantesca escena del crimen, se paró largo rato para analizar en profundidad cada una de las posibles pistas: la cuchilla de afeitar cubierta de sangre, el mechón de pelo blanco arrancado de raíz, ambos cadáveres (o mejor dicho, el informe de los médicos de los cadáveres), las posibles entradas o salidas... Todo lo estudió.
Obviando un poco el desarrollo de su hipótesis, Dupin afirmó que el causante de aquel desastre no era humano (llegó a tal conclusión al encontrar restos de pelo animal, y observando la enorme fuerza física necesaria para introducir a la joven de esa manera en la chimenea, por la forma de las marcas de los dedos en su cuello, por la naturaleza de las fuertes lesiones en las dos fallecidas, y por la gran agilidad que se requería para llegar a la habitación por la ventana. Y otros muchos factores). Leyó más tarde, también en los periódicos, que un orangután salvaje africano, traído en un barco de mercancías, habíase escapado del muelle recientemente. Investigó dicha especie y, confirmando sus pesquisas, descubrió que se trataba de un bicho extremadamente fuerte.
Luego la conclusión final, a la que llegó tras entrevistar al marinero que perdió al homínido, fue esta: el orangután logró evadirse de su jaula, y su vigilante le asustó con el látigo con el que tanto le había azotado anteriormente. El animal corrió furioso por los barrios hasta llegar a la rue Morgue, donde, para evitar a su perseguidor, trepó a la casa en la que, desafortunadamente, se encontraban madre e hija; y temeroso el mono, se volvió contra ellas completamente histérico, causándole la muerte a una mediante la hoja de afeitar y a la otra ahogándola, mientras el marinero sólo podía contemplar aterrado todo aquello.
Hala, ahora vas y lo cascas. Desde luego, comparado con este muchacho, Poirot era un aficionado.
nose si esto te sirva
Dupin es un hombre de mediana edad que reside en París, junto a su amigo el narrador (que no nos dice su nombre). Una noche, paseaban por las calles en su conversación, como de costumbre. Pero en un determinado momento, ambos dejaron de hablar durante unos minutos. Y nuestro narrador se quedó perplejo al advertir que su amigo, haciendo un comentario acerca del teatro, había leído su mente. Dupin le explicó cómo lo había hecho, y no se trataba de magia ni nada por el estilo, sino de pura deducción. El analista se fijó en que su compañero tropezó con un hombre y casi cae al suelo, lo cual le hizo pensar en los adoquines a los que fue a parar y frenaron su caída. Dichos adoquines le hicieron pensar a su vez en otra cosa relacionada, y así fue enlazando unos pensamientos con otros hasta llegar a lo del teatro.
Al día siguiente, se encuentran con la noticia de que una madre y su hija fueron encontradas muertas la pasada noche en su propia casa, en la céntrica calle Morgue, con desagradables signos de violencia. Según el periódico, el cual realizó un intenso estudio del caso, los vecinos llegaron al lugar nada más oír horribles gritos en la casa de las mujeres asesinadas. Cuando las encontraron, nadie más se hallaba allí. La hija fue sacada, con gran dificultad, de la chimenea y mostraba signos de estrangulación. La madre, en cambio, estaba en el patio, horriblemente mutilada y ensangrentada.
Dupin, leyendo y releyendo los testimonios de los implicados en el encuentro de las mujeres, se interesó en investigar aquella casa, no contento con las escasas averiguaciones y pobres teorías de la policía. Ambos colegas lograron prontamente los requeridos permisos para examinar el lugar de los homicidios. Cuando nuestro avispado protagonista presenció la dantesca escena del crimen, se paró largo rato para analizar en profundidad cada una de las posibles pistas: la cuchilla de afeitar cubierta de sangre, el mechón de pelo blanco arrancado de raíz, ambos cadáveres (o mejor dicho, el informe de los médicos de los cadáveres), las posibles entradas o salidas... Todo lo estudió.
Obviando un poco el desarrollo de su hipótesis, Dupin afirmó que el causante de aquel desastre no era humano (llegó a tal conclusión al encontrar restos de pelo animal, y observando la enorme fuerza física necesaria para introducir a la joven de esa manera en la chimenea, por la forma de las marcas de los dedos en su cuello, por la naturaleza de las fuertes lesiones en las dos fallecidas, y por la gran agilidad que se requería para llegar a la habitación por la ventana. Y otros muchos factores). Leyó más tarde, también en los periódicos, que un orangután salvaje africano, traído en un barco de mercancías, habíase escapado del muelle recientemente. Investigó dicha especie y, confirmando sus pesquisas, descubrió que se trataba de un bicho extremadamente fuerte.
Luego la conclusión final, a la que llegó tras entrevistar al marinero que perdió al homínido, fue esta: el orangután logró evadirse de su jaula, y su vigilante le asustó con el látigo con el que tanto le había azotado anteriormente. El animal corrió furioso por los barrios hasta llegar a la rue Morgue, donde, para evitar a su perseguidor, trepó a la casa en la que, desafortunadamente, se encontraban madre e hija; y temeroso el mono, se volvió contra ellas completamente histérico, causándole la muerte a una mediante la hoja de afeitar y a la otra ahogándola, mientras el marinero sólo podía contemplar aterrado todo aquello.
Hala, ahora vas y lo cascas. Desde luego, comparado con este muchacho, Poirot era un aficionado.
nose si esto te sirva
BetsabeRuelas:
Gracias gracias... Perdón por la tardanza :v
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