¿Qué dificulto al pueblo alemán el no descubrir que ese fanatismo sólo conducia a la fatalidad?
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Respuesta:
Es probablemente cierto que los mayores crímenes de la historia, en número y crueldad, no se han realizado esgrimiendo motivos egoístas, sino en nombre de los más elevados ideales. La historia es testigo de que, tal como señala HOFFER, "una persecución que es despiadada y persistente sólo puede venir de una convicción fanática" (1951, 128). Recordemos el caso de Hitler, que además de ser el fanático más conocido de nuestra época, fue también el promotor de la persecución más sangrienta que ha conocido la historia. Y no es casualidad, igualmente, que fuera el mayor exaltador del fanatismo que conocemos.
Ante tales antecedentes, es lógico preguntarse por qué la crueldad extrema ha sido tantas veces protagonizada por el fanatismo, por qué han sido las personas idealistas las que más sangre han vertido. La respuesta la da acertadamente COSER, quien señala que son precisamente los idealistas y justicieros los más radicales y crueles porque alegan no tener motivaciones personales e insisten en que luchan por los ideales del grupo (1956).
Esto nos lleva a enunciar un tema fundamental de esta tesis, que es, a la vez, el aspecto más grave del problema del fanatismo: la destructividad, actual o potencial, que hay en la conducta del fanático. Aunque algunas personas relacionan el fanatismo con anteriores épocas de la historia, se trata de un problema bien actual, como pone de relieve Erich FROMM: "Técnica e intelectualmente estamos viviendo en la Edad Atómica; emocionalmente vivimos todavía en la Edad de Piedra. Nos sentimos superiores a los aztecas, que en un día festivo sacrificaron a veinte mil personas a sus dioses, en la creencia de que esto mantendría el universo en el camino debido, pero sacrificamos a millones de hombres para diversos fines que nosotros creemos nobles, y justificamos la matanza. Los hechos son los mismos, sólo las racionalizaciones son diferentes" (1961, 46).
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