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Respuesta:
El pollo de los tres
Fernando Silva
Explicación:
(De cuentos de Tierra y Agua, 1965. Tomada de Cuentos nicaragüenses. Selección, introducción y notas de Sergio Ramírez. Managua. Editorial Nueva Nicaragua.1993)
El sargento se acomodó en la silla y se quedó viendo al indio.
-¿Con que sos vos el que le roba los pollos al Padre Hilario –le dijo
El indio bajó la vista. El sargento apartó la silla y se levantó.
-Este indio no sabe que es pecado robarle al padre –dijo dirigiéndose al otro hombre que estaba allí con unos papeles en la mano. El hombre se rió.
-…¡No!; si no es cuestión de risa –dijo el sargento poniéndose serio.
Ahora vas a ver –dijo señalando al indio-, te voy a encerrar y vas a pagar cada uno de los pollos que le cogiste al padre.
El indio volvió al ver al sargento y arrugó la frente.
-Si los pollos no me los comí yo –dijo.
-¿Quién se los comió, entonces? –le preguntó el sargento.
-…Tal vez el zorro -dijo el indio.
El sargento se rió -¡Ja! ¡ja! ¡El zorro! –repitió- el zorro sos vos ¡Zorro cabeza negra, ah!
-Pues … si es cierto –dijo el indio.
-No me vengás con esos cuentos. ¿Qué acaso no te vieron a vos cargando con esos pollos?
-Esos no eran los pollos del Padre.
-…¿Y de quién eran los pollos, pués?
-Pués… si esos no eran pollos. ¡Eran solo las plumas!
-¿Cuáles plumas?
-Pues si es que yo solo venía ahí para el otro lado… ¿Ve?... y me hallé las plumas. ¡Ehé! –dije- tal vez me sirven para una almohadita… y las recogí; y entonces, el cura que andaba buscando, quizá sus pollos me vió, y bien y me dice: -¡Eih, Ramón… ya te ví! Te me estás llevando los pollos!... y así es sargento.
El sargento se salió a la puerta. Afuera estaba lloviendo.
“Este indio no es baboso” –pensó.
* **
El Padre Hilario estaba limpiando una lámpara de kerosine.
-Buenas tardes Padre –lo saludó el sargento.
-Buenas tardes, hijo –le contestó el padre.
-Ya agarré al indio ramón, el roba pollo.
-Hay que castigarlo, sargento. Es necesario, porque así comienzan. Primero es un pollo y después es un caballo. Así es el pecado: chiquito al principio… y después se engorda.
-Padré –dijo el sargento -¿está seguro usted que el indio se le cacho el pollo?
-¿Qué si estoy seguro? …¡Ah!... ¿Qué acaso no lo vi yo? …¡veas qué cosa!
-Pero dice Ramón que no era un pollo lo que él llevaba
-¿Qué no era el pollo? …¿y que era entonces?
-Pues yo no sé… como usted lo vio.
-Pues era mi pollo… ¡Yo lo vi!
-Bueno, lo que usted diga; pero ahí traje yo al indio para que se entienda usted con él.
El indio entró con el sombrero en la mano. El sargento se quedó medio sonriendo, apoyado en una mesa que estaba pegada a la pared. El Padre dejó a un lado la lámpara que tenía.
-¿Ahora te negas que te robaste los pollos? –le dijo el Padre.
-Yo no me estoy negando –dijo el indio, hablando bajo.
-¡Ya ve pues, sargento! –exclamó el Padre.
-…Es que yo le dije al sargento –siguió el indio- de que usted no me vio a mí con su pollo.
¡Aha! …¿Qué no te vi yo? …Que acaso no te grité: ¡Eih, Ramón, no te lleves mi pollo! …y entonces saliste corriendo.
-Sí, yo salí corriendo; pero salir corriendo no es que uno se robe un pollo, porque correr no es prhibido…
-¡Ah… no! –dijo el cura- vos te robaste el pollo.
-No padrecito… si solo eran las plumas…
-¡Plumas! …¡Ladrón! …y querés todavía enredarlo todo. ¡Dios te castigue por robarle a pobre Padre. El sargento se acomodó la gorrita de la G.N., le puso la mano en el hombro al indio y le dijo ¡Munós!... El padre los quedó viendo desde donde estaba.
-Que me pague mi pollo –gritó. El sargento salió con el indio.
-Ya vistes –le dijo- el cura tenía razón. Te el robaste el pollo y lo vas a pagar. El indio se quedó viendo al sargento.
-Si no era pollo –dijo.
-¿…Y que era, pues? –le preguntó el sargento.
-Tal vez araña –dijo el indio-. Si solo pluma era el desgraciado; si figúrese que a mí me ha costado engordarlo. Flaquito el animalito estaba… por eso es que le digo que no era pollo… si era solo plumas… y ahora… viera sargento, ya está bien gordito. El sargento volvió a ver al indio.
-Andá pues traele el pollo al padre y se lo devolvés.
-Bueno –dijo el indio- ¿pero no me había dicho usted que mañana que llegue a la dejada del Santo se iba a quedar a comer en mi casa? ¿Ah?...
-Ah, es mañana, verdad? –dijo el sargento, pensando, y se quedó un ratito allí donde estaba.
-Sí… es mañana, pues –le dijo el indio sonriendo- y mientras se iba ya caminando para el otro lado.
Entonces el sargento dio la vuelta y como estaba lloviendo se fue ligero.