me ayudan a sacar la s[intesis de este texto?
Cuando nació, su madre se sintió muy feliz. La joven madrecita no había
tenido hijos, y eso que habían ya pasado dos inviernos desde que se
apartó de su familia, en el bosque de la Poza redonda, para seguir al
ser que el destino puso ante su faz.
Desde entonces, había procurado ser una esposa modelo, y su señor y
dueño estaba muy agradecido. Muy felices habían sido los dos durante
su primero verano. Ambularon solitarios por los parajes más hermosos.
Atravesaron una gran selva, de árboles tan altos y tupidos que el sol
apenas si lograba filtrarse como a través de un enorme cristal verde...
Todo estaba silencioso, y el rumor del airecillo meciendo las ramas, con
el cantar de los pájaros, era lo único que se escuchaba calladamente.
Tan hermoso encontraron el lugar que ella quiso quedarse para siempre
y, para darle gusto, él se puso inmediatamente a buscar una casa
cómoda.
Pronto la encontraron. Husmeando aquí y allá, llegaron los dos al pie
del Inup, la vieja ceiba, cuyo altísimo tronco estaba totalmente cubierto
por el matapalo. Él dirigió los ojos hacia lo alto y sus hermosos bigotes
blanquecinos se agitaron cuando la sabiduría de su nariz exploró el
ambiente. Todo debió parecerlo sin novedad porque miró a la
compañera pidiendo su aprobación.
Aquélla contemplaba la hermosa red verde del matapalo salpicada
profusamente de quiebracajetes morados, blancos y rojizos... ¡Qué
lindo sería tener esa hermosa escala para su casa!
Juntos recorrieron la mansión , que se les figuraba un palacio. Algo
obscura estaba, pero pronto descorrieron la verde persiana del patapalo
y entró la claridad a borbotones... ¡Qué hermosa! Ella estaba feliz. Se
acariciaron largamente. ¿Quién habría construido aquel palacio?
¿Quién sería el que hizo tanta maravilla en la solidísima pared de la
gran ceiba? ¡Algo obscuras estaban las paredes, como ahumadas
agrietadas!... Probablemente fue Víbora del cielo, que se lanza sobre la
selva en la época de las grandes lluvias y los grandes ruidos. Pero, fuera
quien fuese, él y ella habían encontrado lo que buscaban: un lugar
seguro donde poder ser felices y donde esperar tranquilamente la
llegada de los herederos.
Un día estaba él a una hora desusada frente a la puerta de su casa, se
hallaba tendido cómodamente en el piso del agujero que el sol
calentaba con sus flechitas perpendiculares, alisándose con la lengua
la hermosa piel café y plata de su dorso, cuando sintió un ruido en la
mismísima pared de su morada.
Al instante, sus facultades previsoras funcionaron. Con lentitud se
levantó. La lengua asomó limpiando el hocico y por un momento
brillaron los largos colmillos. Con la cabeza pegada al suelo asomó al
exterior la punta de la nariz... ¡Nada! No sentía nada y el ruido
continuaba con insistencia. Toc, toc, toc, toc, gritaba la madera del Inup,
la ceiba. Entonces aventuró los ojos, tratando de ocultar la cabeza entre
el mapalo. Pero, el culpable del ruido había también tomado sus
precauciones y estaba oculto bajo una hoja grande. Entonces él tuvo
que estirar más el cuello y aventurar otra audaz mirada.
Entonces el copete rojizo con rapidez imposible de imaginar y con
menos ruido que el que hace el aire cuando murmura, se desliza por
entre la enredadera... ¡Ya está! Frente a él ve al cheje muy distraído, al
parecer... No ha oído nada. Llegó... Lanza como el rayo la dentellada
mortífera y... ¡clac!... ¡Se cierra la mandíbula!
Giró su vista tan sólo para ver al cheje que trepaba, que saltaba con
ágiles, graciosos brincos por la alta rama del Inup, la ceiba con el copete
muy tieso, con la vista muy tiesa, muy firmemente clavada en él muy
burlonamente... ¡Muy verdad era que su copete relumbraba al sol con
el mismo tono de aquel quiebracajete que tenía entre los dientes!
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nnnkdndndnidnsj
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nwiwjbsvshsj
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