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Alí Babá y los cuarenta ladrones
Kassim, que era ambicioso pero poco trabajador, se las ingenió para casarse con una joven de buena posición.
Alí Babá prefirió llevar una vida menos ambiciosa y vivir de su trabajo, así que se dedicó a ser leñador. Su honestidad y buen hacer le hizo ganar pronto la confianza de la gente. Gracias a su esfuerzo y buen juicio, Alí Babá consiguió ahorrar algo de dinero, con el que compró un asno para cargar leña y así no tener que cargar con ella. De este modo, Alí Babá podía servir más leña y ganar más dinero, y así consiguió hacerse con un total de tres asnos que le ayudaban en su trabajo.
Los otros leñadores admiraban a Alí Babá por su forma de hacer y de inspirar confianza. Hasta tal punto era así que uno de ellos le ofreció a su hija en matrimonio.
Un día, mientras Alí Babá cortaba leña en el bosque con sus tres asnos pastando alrededor, oyó ruido en la espesura. Al principio, el leñador no sospechó nada. Sin embargo, cuando se quiso dar cuenta sus asnos ya no estaban. Preocupado por ellos, Alí Babá trepó a un árbol para intentar ver dónde se habían metido los asnos.
Desde lo alto del árbol pudo ver Alí Babá a un grupo de maleantes que se acercaban a caballo y que pararon justo al pie del árbol donde él estaba. Afortunadamente, ellos no le vieron, pues permanecía oculto tras las ramas.
Ya fuera, Alí Babá llamó a sus asnos, los cargó con los sacos llenos de monedas y puso rumbo a casa. Pero cuando llegó encontró la puerta cerrada, así que decidió ensayar la fórmula que aplicaba a la roca. Y a la voz de “ábrete, sésamo” la puerta se abrió. Para cerrarla, utilizó las palabras “sésamo, ciérrate”, que también funcionaron.
Alí Babá decidió contarle la historia a su mujer, que se quedó fascinada y convencida de que el oro no había sido robado por su esposo, sino que el destino lo había puesto en su camino.