Predecir el futuro
Martín Bonfil Olivera
Si se quiere sobrevivir en un ambiente hostil, predecir el futuro sería una estrategia insuperable pues uno estaría siempre preparado. Una especie viva que tuviera esta cualidad podría eludir perpetuamente la extinción. Aunque esto es imposible, a través de su evolución nuestra especie ha ido desarrollando —como se comentó aquí el mes pasado— algo muy parecido: diversas herramientas cada vez más avanzadas para, si no predecir el futuro, sí atisbar en él con cierta confianza. Podemos así tomar precauciones ante posibles amenazas y aumentar nuestras posibilidades de sobrevivir y reproducirnos. La principal de esas herramientas es biológica: nuestro avanzado cerebro, cuyas capacidades de procesar información le permiten generar modelos para entender el mundo y, con base en ellos, hacer proyecciones normalmente acertadas sobre lo que sucederá a continuación. Pero el ser humano, gracias en parte al surgimiento del lenguaje complejo que nos caracteriza, ha desarrollado también otras herramientas de supervivencia que no forman parte de nuestra biología, sino que son culturales: la lógica, el pensamiento abstracto, las matemáticas, la filosofía y, en última instancia, la ciencia.
Todas ellas se heredan de una generación a otra a través de la tradición oral, la educación y, más recientemente en la historia, la escritura. Y además, evolucionan. Así, nos han permitido predecir y manipular nuestro entorno cada vez con mayor precisión. Por supuesto, ni el cerebro ni la inteligencia son exclusivas de nuestra especie: hay muchos animales que también perciben e interpretan los cambios en su entorno y ajustan su comportamiento en consecuencia, para mejorar sus probabilidades de supervivencia. Pero ninguna especie animal lo hace en el grado en que lo logra el ser humano.
Y, sin embargo, la inteligencia no es la única estrategia eficaz para sobrevivir. Existen especies que usan tácticas que no dependen de predecir el futuro, y con muy buenos resultados. Hay animales que, ante el peligro, simplemente pasan desapercibidos, por ejemplo, mediante el camuflaje, o que se limitan a ser muy resistentes, como los armadillos y tortugas.
Entre las plantas, los árboles, que no pueden moverse, apuestan por la solidez y la resistencia, y simplemente confían en que las condiciones no cambien drásticamente. Hay también plantas que fabrican compuestos que matan a los insectos que las dañan, y aunque algunas los producen sólo cuando hay peligro, otras están siempre protegidas, venga o no la amenaza. Entender el mundo de manera racional, y desarrollar ciencia y tecnología para manipularlo y controlarlo, no es la única y ni siquiera la mejor solución para garantizar la supervivencia de una especie. Pero, al menos hasta ahora, es la que mejor nos ha funcionado.
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