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apoyaba las dictaduras militares de Sudamérica. Cuando las
economías latinoamericanas colapsaron en 1982, a causa de la crisis de la
deuda, Canadá poco podía beneficiarse de profundizar los lazos de comercio e inversión con esos países. Durante los conflictos en Centroamérica de los años ochenta, al inicio, Canadá fue cauto y estuvo renuente a
criticar directamente la política de Reagan en la región; no obstante, poco
a poco adoptó una postura más crítica frente a las políticas de Estados
Unidos, debido a la fuerte presión de la sociedad civil canadiense y a las
relaciones más cercanas con potencias intermedias regionales, como Venezuela.5
Asimismo, los gobiernos canadienses de esta época optaron por
quedar fuera de la OEA, en parte porque consideraban que el organismo
era inefectivo y prácticamente estaba agonizando. De esta manera, las
relaciones con las potencias intermedias de América Latina quedaron al
margen de las políticas gubernamentales.6
Sin embargo, en 1990 el gobierno de Brian Mulroney, del Partido
Conservador Progresista, decidió echar atrás la previa oposición a formar
parte de la OEA. Esta decisión tuvo lugar en el contexto del movimiento
que había en pro de un tratado comercial que uniría a Canadá, Estados
Unidos y México, después del histórico tratado bilateral de libre comercio
que Canadá firmó con Estados Unidos en 1988. Al momento de la decisión, Joe Clark, ministro de Relaciones Exteriores, declaró: “Desde hace
mucho tiempo los canadienses vimos en este hemisferio una casa; ahora,
es momento de convertirlo en nuestro hogar”.7
Canadá también tenía la
esperanza de que, al propagarse la democracia por la región y al declinar
la intervención de Estados Unidos, tendría “el potencial de servir en el
papel de ‘puente’ hemisférico”.8
Ya como miembro, Canadá desempeñó
activamente un papel que apoyaba la consolidación de este organismo, por ejemplo, al buscar que las cumbres se celebraran con regularidad y
al favorecer la creación de la Unidad para la Promoción de la Democracia (UPD) en 1991, que promueve la adopción y consolidación de prácticas electorales liberales y democráticas.9
Después de entrar en vigor el tratado bilateral de libre comercio entre Canadá y Estados Unidos, Carlos Salinas, presidente de México, pidió
a Estados Unidos firmar un tratado semejante con México. Si bien Canadá estaba muy ambivalente con respecto a la membrecía mexicana,
el gobierno canadiense decidió que un tratado trilateral era preferible
que dos tratados bilaterales, y las negociaciones para el Tratado de Libre
Comercio de América del Norte (TLCAN) impulsaron a Canadá a reconocer
su posición como país de las Américas.
Así pues, en este periodo Canadá comenzó a adoptar el papel de una
potencia intermedia internacionalista dentro de la región de América
Latina. No obstante, su involucramiento siguió siendo limitado e intermitente, en parte como reflejo del temperamento provincial de las elites
económicas canadienses, acostumbradas a considerar que sus intereses
yacían principalmente en los vínculos con el gigantesco mercado estadunidense. Con el paso del tiempo, el TLCAN sentó las bases para lazos
económicos más fuertes con la región. Canadá también se convirtió en
un promotor sumamente activo de la iniciativa para él Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), que fue anunciada en la Cumbre de las