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Tragedia: género opuesto a la comedia. La gran época de la tragedia corresponde a la Grecia y la Roma clásicas (Esquilo, Sófocles, Eurípides, Séneca…), renaciendo luego en Inglaterra (Shakespeare) y en la Francia del Renacimiento (Corneille, Racine) en los siglos XVI y XVII. A partir del s. XIX, la tragedia adopta la forma de drama y, en lugar de enfrentar a los personajes con una fuerza ciega contra la que no pueden luchar, los enfrenta con conflictos morales, consigo mismos, con sus pasiones, temores y fracasos o con el sinsentido de la existencia humana.
Comedia: género opuesto a la tragedia. En las comedias los personajes protagonistas suelen ser hombres y mujeres comunes, a menudo ridiculizados o caricaturizados, que son puestos en situaciones absurdas o irrisorias para diversión de los espectadores. Su desenlace siempre es placentero y optimista y su fin es conseguir a través de la risa del público, el reconocimiento de ciertos vicios y defectos, la crítica a determinadas personas e instituciones; el enredo y equívoco de las situaciones, son característicos de este género teatral cómico. El autor griego Aristófanes llevó este género a su plenitud en el s. V a. de C. Plauto y Terencio lo desarrollaron en Roma. Shakespeare, Lope de Vega, Molière… lo hicieron entre los siglos XVI y XVII. Desde el siglo XIX es, junto con el drama, el género teatral con más vitalidad.
Drama: género cuya pretensión es ser un reflejo de la vida, de personajes, situaciones y conflictos cercanos a los vividos por los espectadores. A veces tiende a la gravedad y pesimismo de la tragedia y otras al tono más amable de la comedia. En el s. XIX autores como Chejov o Ibsen confirieron al drama una gran profundidad simbólica