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El secreto de las Galápagos
Tras la ardua labor cartográfica, el Beagle abandonó los estrechos de Tierra del Fuego y partió hacia aguas del Pacífico. En 1834 atracó en Valparaíso y Darwin aprovechó para realizar otro largo viaje de exploración por los Andes. Durante la expedición contrajo una enfermedad grave y tardó un mes en recuperarse. Cuando regresó al Beagle, el ambiente estaba crispado. FiztRoy había recibido una carta del Almirantazgo negándose a pagar el precio del Adventure y se ordenaba su venta inmediata. FitzRoy sintió mucho tener que desprenderse de aquel barco que había acondicionado con toda dedicación. De todos modos, el Almirantazgo decidió compensarle y le comunicó que había sido ascendido de teniente de navío a capitán.
En Valparaíso aprovechó para realizar otro largo viaje de exploración por los Andes, pero durante la expedición contrajo una enfermedad de la que tardó un mes en recuperarse
El año siguiente el Beagle llegó al archipiélago volcánico de las Galápagos y comenzó con una rápida inspección de la pequeña isla La Española. Las Galápagos no eran exuberantes y bellas como la legendaria Tahití del capitán Cook, y entonces se encontraban lejos de las rutas marítimas habituales. Sin embargo, resultaban muy famosas entre los viajeros por ser muy extrañas. A ojo de los ingleses no parecían terrenales, sino un lugar ominoso e infernal. El Beagle navegó durante un mes por las Galápagos y, siempre que había ocasión, desplazaba una barcaza de hombres a explorar. A Charles Darwin le llamaron especialmente la atención sus singulares reptiles. Las tortugas eran de gran tamaño y, aunque terrestres, les gustaba frecuentar el agua y chapotear en el barro. Tragaban grandes cantidades de agua en cuestión de minutos y los lugareños, cuando estaban acuciados por la sed, sacrificaban una y bebían el contenido de su vejiga de gran capacidad. Darwin lo probó y anotó que era ligeramente amargo. Resultaban tan dóciles que eran fáciles de matar o transportar por los marineros, que abastecían con decenas de ejemplares las bodegas de los barcos y aprovechaban su abundante carne. Un inglés llamado Nicholas Lawson, a quien el gobierno ecuatoriano había nombrado gobernador de las islas, hizo a Darwin una importante observación sobre ellas. Lawson afirmó saber de qué isla procedía una tortuga con solo mirar la forma de su caparazón. Es decir, había algunas diferencias morfológicas entre tortugas de la misma especie que vivían en las distintas islas. Al principio este importante aspecto no llamó la atención de Darwin, pero nueve meses más tarde lo tuvo muy en cuenta al reflexionar sobre la fauna de las Galápagos.