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Se empiezan a hacer frecuentes, al menos en los medios, los casos de civismo público ante injusticias urbanas. El drama del profesor Neira ha consensuado los sentimientos de impotencia y esperanza, aunando fuerzas para hacer frente a la violencia y la muerte.
El héroe, desinteresado y responsable, debe tener un reconocimiento. A veces su único premio es la memoria a veces borrosa de la sociedad. Su esfuerzo merece ser un ejemplo para todos, un modelo de empatía y arrojo en momentos de tensión. Anteayer, en Barcelona otro salvaje intentaba asesinar a su novia. Un grupo de ciudadanos le redujeron hasta la llegada de la policía. La mujer agredida se recupera de sus heridas en un hospital.
Los superhéroes no existen, salvo en el imaginario cinematográfico. En este mundo perviven y perduran en el tiempo quienes se sacrifican cuando el resto del mundo mira para otro lado. Jesús Neira lo hizo. Y otros muchos antes. Después de condecorar su entereza, tomemos nota. Si no, seguiremos anestesiados leyendo desgracias sin ruborizarnos.