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En 1959, un sociólogo texano de gran lucidez y temperamento intenso publicó un libro —llamado La imaginación sociológica— que inmediatamente se convirtió en un clásico. Vale la pena volver a él una y otra vez para reponer las energías morales, ganar perspectiva de conjunto y fortalecer nuestra confianza en la inteligencia humana. Y más en este tiempo de malestar público que no difiere, en lo fundamental, del que le tocó vivir a Mills.
Debo hacer una corrección a manera de advertencia. Nuestros días son distintos a los de hace sesenta años en un aspecto clave: prevalece una actitud de rechazo al quehacer intelectual y a las aportaciones de las ciencias sociales que en la época de Mills no existía. Se nos presenta, sobre todo, en el desprecio de los políticos y los gobernantes a las ideas y los libros, así como en la indiferencia de muchos funcionarios hacia las perspectivas filosóficas y a las explicaciones históricas de los problemas sociales.
De las utopías ni hablar. Muy pocos defienden visiones morales de gran alcance capaces de comprometer el esfuerzo cotidiano de las personas para que intenten ser mejores seres humanos como vía para mejorar la sociedad. Por eso, los discursos de los políticos de hoy suelen ser tan aburridos, pobres en contenido y carentes de capacidad para entusiasmar a la gente poseedora de un mínimo de educación.
Pero también las mujeres y hombres comunes suelen ser refractarios a la lectura de textos que abordan temas serios. Acaso porque nos hemos convertido más y más en una sociedad del espectáculo, fascinada con las imágenes y los mensajes audiovisuales, o tal vez porque casi siempre estamos de prisa, despreciamos la palabra escrita y los esfuerzos de concentración que implica su comprensión profunda.
Con todo, en nuestros días, las ideas de C. Wright Mills esperan ser revaloradas. Su apuesta por ejercer lo que él llama la imaginación sociológica será tomada en serio por ciudadanos, activistas y líderes de gobiernos y organizaciones.
Nuestros problemas son de tal dificultad que llegará el momento en que tendremos que estudiarlos a conciencia. Por lo menos los sectores sociales ilustrados harán el esfuerzo de entender, racionalmente, cómo es que hemos llegado hasta aquí y cómo podremos superar nuestras dificultades. Tendrá que reconocerse que no hay ideologías ni fórmulas mágicas capaces de sacarnos de nuestros atolladeros.
Nos haremos preguntas como éstas: por qué fracasan las políticas públicas, por qué los gobiernos y las organizaciones civiles no resuelven los males que nos aquejan, por qué las instituciones no funcionan como deberían, por qué no podemos hacer que la historia camine en una mejor dirección, por qué el crimen y la violencia continúan su incontenible crecimiento, por qué la educación formal es incapaz de inculcar en los jóvenes verdaderas capacidades de aprendizaje, por qué no podemos dar empleo bien remunerado a quienes lo necesitan... y otras por el estilo cuyo abordaje reclama un esfuerzo intelectual considerable.
Según Mills, el hombre común vive una sensación de estar atrapado. Lo avasalla un malestar que se le presenta en forma de problemas incomprensibles: alzas de precios, divorcios y crisis familiares, desigualdad lacerante, etcétera. Sus posibilidades de acción para cambiar las circunstancias se circunscriben a su vida privada. Esto se agudiza porque tampoco posee los recursos intelectuales para comprender que lo que ocurre tiene que ver con la manera en que están organizadas las instituciones sociales o con la forma en que funciona la sociedad en la que vive.
La tesis fundamental de Mills es que la vida privada de las personas, sus oportunidades y problemas, sólo puede ser entendida si la ponemos en relación con la historia y con los fenómenos “estructurales” de la sociedad. Hay que evitar el riesgo, como atinadamente me lo hacía ver un estudiante la semana pasada, de utilizar las nociones de “sociedad” o hechos “estructurales” como una especie de caja negra donde residen las causas de nuestros problemas, pero que nos ahorra el esfuerzo de especificarlas de manera concreta y establecer cómo es que lo que nos ocurre, en el día a día, efectivamente tiene que ver con lo que pasa en otros planos, o en las decisiones de personas muy ajenas a la vida cotidiana de las personas pero que gobiernan instituciones clave de la sociedad.
La imaginación sociológica es la cualidad mental que “le permite a su poseedor comprender el escenario histórico más amplio en cuanto a su significado para la vida interior y para la trayectoria exterior de una diversidad de individuos. Ella le permite tener en cuenta cómo los individuos, en el tumulto de su experiencia cotidiana, son con frecuencia falsamente conscientes de sus posiciones sociales. En aquel tumulto se busca la trama de la sociedad moderna, y dentro de esa trama se formulan las psicologías de una diversidad de hombres y mujeres”.
Explicación paso a paso: