• Asignatura: Historia
  • Autor: santiagoxd190
  • hace 2 años

que empalizada la historia patria?

de que manera tenemos contacto los mexicanos con la historia patria?

como la historia patria fermenta nuestra identidad?

Respuestas

Respuesta dada por: alexandra24mer
1

Respuesta:

‍♀️‍♀️‍♀️‍♀️

Respuesta dada por: deaciscaro
2

Respuesta:

en 1859, en plena guerra entre liberales y conservadores, el gobierno liberal juarista exiliado en Veracruz firma un Tratado con Estados Unidos que será conocido como "McLane-Ocampo". En sus cláusulas se establece el derecho de tránsito a perpetuidad de mercancías y personas del vecino del norte entre dos puntos que unen el Golfo de México y el Pacífico —Matamoros y Mazatlán—, y en el sur, por el Istmo de Tehuantepec, donde desde tiempos coloniales se multiplican los proyectos para construir un canal interoceánico que abrevie el trayecto entre Europa, la costa este de Estados Unidos y Asia. El Tratado logra igualmente incluir una cláusula que autoriza a los Estados Unidos intervenir militarmente si en dichas rutas se presenta una amenaza para el negociación, un auténtico estira y afloje, entre ambos gobiernos: urgido el uno por la búsqueda de reconocimiento diplomático ante el peligro de una intervención de las potencias extranjeras y de préstamos de dinero para enfrentar al enemigo interno; deseoso el otro de aprovechar la coyuntura para hacer fructificar renovadas ambiciones expansionistas más allá del Río Bravo y de los territorios adquiridos tras los saldos de la guerra de 1846-48.

Los avatares previos a la firma estarán marcados por la pretensión estadounidense de adquirir la Baja California, esta larga península que, según los voceros gubernamentales, está más naturalmente vinculada a su país que a México.1 En el Tratado, la venta de la Baja California estará excluida en gran medida por la oposición del mismo Juárez, postura que estará lejos de concitar consenso entre los miembros de su gabinete. Para varios de ellos, el escollo radica menos en la cesión de esa porción del territorio que en el precio de venta que se le adjudicaría. Pero algunos van más allá del regateo mercantil de la península. El norte, vale decir, los estados situados "arriba" de Zacatecas, podrían ser enajenados sin lesionar el sentimiento patrio.2 Al contrario, la defensa de la patria encontraría su mejor trinchera al sur del paralelo 24. Se perfila de este modo una concepción de la patria que no coincide con la del territorio sobre el cual el Estado ejerce formalmente su soberanía.

El Tratado de marras ha sido y sigue siendo objeto de controversias de trasfondo —más político-ideológico que historiográfico—, porque permitiría impugnar la imagen de una figura heroica gracias a la cual, como se ha insistido durante 150 años, México logró preservar su integridad territorial organizando y encabezando la resistencia al invasor francés (1862-1867). Resulta inexplicable, arguyen unos, que el presidente Benito Juárez, artífice de la resistencia al imperialismo europeo en América, haya sido tan débil ante Estados Unidos. La interpretación del Tratado, alegan otros, no puede ser escindida del análisis de la coyuntura bélica interna, cuando apremiaba el reconocimiento de la legalidad del gobierno de Juárez por los Estados Unidos a fin de poder comprarles armamento, sin dejar de lado el rechazo absoluto de Juárez a la cesión del territorio. Este "campo minado" del análisis del McLane-Ocampo ha terminado por convertirse en una espesa cortina de humo que impide situarse en una perspectiva distanciada de la polémica sobre la biografía del presidente oaxaqueño.

El McLane-Ocampo puede ser estudiado desde un ángulo diferente extendiendo la mirada histórico-sociológica más allá de 1859. Desde nuestro punto de vista, el Tratado ilustra una problemática que ha sido insuficientemente abordada en la historia social y en la geografía histórica mexicanas. Nos referimos a la representación territorial del Septentrión.

La tesis que procuramos fundamentar a este respecto afirma que el norte de México estuvo excluido en el siglo XIX —y en muchos sentidos sigue estándolo— de la representación territorial de la nación. Esta afirmación equivale a sostener que dicha representación es deficitaria respecto al territorio sobre el cual se proclama el ejercicio soberano del poder, y que la identidad nacional —que como ha insistido J. Bonnemaison descansa primordial y poderosamente en el territorio—, no incorpora al extenso norte.

El sentimiento de patria —el "lugar de los padres", aquel donde se ha nacido—, es anterior al de nación. Este último constituye una extensión del primero, pero una extensión abstracta porque, como explicó B. Anderson (1993), resulta imposible que todos los miembros de una nación se conozcan alguna vez y mantengan relaciones cara a cara. El patriotismo es entonces anterior a la identidad nacional. Forjar ésta significa crear o inventar ancestros comunes y tradiciones unificadoras, pero también territorializar el espacio, marcarlo y tatuarlo de tal manera que el amor hacia el lugar donde se ha nacido se transfiera al territorio más amplio de la nación, porque está surcado por símbolos que lo señalizan como parte de una historia común que fraterniza a hombres y mujeres que nunca se conocieron ni se conocerán jamá

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