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La Revolución rusa de octubre de 1917 reverberó en una gran radicalización ideológica global y mostró con diáfana claridad cómo podemos cometer horrores convencidos de nuestra propia justicia. América Latina no fue la excepción.
En el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, congelado en el tiempo de su propia estética revolucionaria, se encuentra el imponente mural «El hombre en el cruce de caminos» de Diego Rivera. Sus imágenes revelan a la vez un rechazo hacia la sociedad capitalista, frente a una idealización vertiginosa del internacionalismo proletario. El desaparecido líder bolchevique Vladimir Ilich Uliánov, mejor conocido como Lenin, aparece cerca de la encrucijada central del cuadro, tomando la mano de una multitud multiétnica. Rivera ilustró con ello la ilusión de mucha de la intelligentsia latinoamericana de la época hacia la política soviética, anclada en la sempiterna frustración hacia nuestra realidad que suele invocar. Esa ilusión dejó un saldo de desolación, cuyas heridas seguimos cicatrizando, en cada mural universitario, en cada relectura de Galeano y en la desoladora constatación de que tenemos algunas izquierdas que ni olvidan ni aprenden.
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espero sirva