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Encontramos una resistencia a la hora de admitir la declaración que hace Rougemont respecto a la vinculación de la pasión con la muerte, cuando está tan extendida la idea de que vivir una pasión amorosa puede ser una oportunidad para cambiar nuestra vida cotidiana y enriquecerla con la experiencia de un romance. Sin embargo, él precisa, que no se refiere a cualquier pasión, sino al tipo que “ama el obstáculo y el tormento que resulta de él, siendo el obstáculo una máscara de la muerte” (208). La atracción erótica de un sujeto por otro ha existido siempre. Es lo que llamamos “deseo” sexual. ¿Qué es el deseo? El deseo tiene relación con la falta; deseamos aquello que nos falta (Platón, Banquete, 200 a-b); se desea lo que no se tiene, lo que no se es (200 e). Ya se trate de un hombre o de una mujer, el encuentro con el amor (Eros) aparece -para Platón- como una confrontación con la falta. Ahora bien, el deseo no es el amor. Platón ya se percató de la diferencia, al formular, en boca de Sócrates la pregunta: “-¿Y desea [Eros] y ama lo que desea y ama cuando lo posee, o cuando no lo posee?” (Banquete, 200 a-b). En el mismo sentido, tenía razón Cervantes al afirmar: “Amor y deseo son dos cosas diferentes: no todo lo que se ama se desea, ni todo lo que se desea se ama” (La Galatea, Cuarto libro. Madrid: Cátedra, 1995, 435). Es decir, que el amor puede ir acompañado de deseo, o no, así como el deseo que siente un sujeto por otro puede conducir, o no, a querer amarle. Freud planteó que la genitalidad ideal pretende conjugar sobre el mismo objeto los tres ingredientes de la relación sexual: deseo, amor y goce; pero esta confluencia no es obligatoria, queda a merced del encuentro. En un amor posible hay un resquicio para el encuentro y por qué no planteárnoslo como algo fortuito, casual.
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