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El debate sobre el regreso de los restos de Porfirio Díaz a tierras mexicanas, a cien años de su muerte, es tanto historiográfico como político. Pero si de algo sirve la historia es para superar, con la mayor objetividad y neutralidad posible, una memoria que se construyó por el régimen de la Revolución mexicana, con un objetivo político muy específico: justificar la Revolución misma. Y como los revolucionarios constitucionalistas consideraron que la Iglesia católica había sido cómplice de los golpistas huertistas que habían asesinado a Madero, entonces tenían que pintar a don Porfirio como alguien que había permitido, con una política de conciliación, el regreso político de la Iglesia católica. La verdad es mucho más compleja. Si hay algo que las nuevas investigaciones han podido demostrar, con base en documentos de los archivos secretos del Vaticano (ver el libro de Riccardo Cannelli Nación católica y Estado laico, publicado por el INEHRM), es que la jerarquía católica, en México y en Roma, estaba muy molesta contra el viejo Presidente, porque en realidad éste los había manipulado durante años haciéndoles creer que les concedería sus demandas, cosa que nunca hizo. Al final, Porfirio Díaz se comportó como lo que siempre fue ideológicamente: un gobernante liberal (ciertamente no un demócrata, pero tampoco un dictador), no necesariamente anticlerical, pero tampoco católico. En la práctica, Porfirio Díaz aplicó un programa que por un lado retomaba los gestos de conciliación que el propio Juárez había realizado a su regreso triunfante después de la guerra de intervención francesa, pero siempre manteniendo las Leyes de Reforma y el espíritu de ellas. De hecho, pese a discursos crípticos y promesas ambiguas, Díaz nunca estableció relaciones diplomáticas con la Santa Sede ni mucho menos modificó la Constitución. Fue bajo el gobierno de Díaz que se estableció también, en 1905, la educación primaria, nacional, integral, laica y gratuita.
Al final, el régimen de la Revolución mexicana, luego del periodo anticlerical callista, hizo básicamente lo mismo que Porfirio Díaz: establecer una política de conciliación, tolerando las actividades de la Iglesia en el campo educativo, pero manteniendo una prohibición más o menos estricta respecto a cualquier intervención política abierta. Así que, por lo menos en ese rubro, Porfirio Díaz no es el que el régimen de la Revolución inventó. Hay, en el tema de la laicidad del Estado mexicano, mucha más continuidad de la que nos han hecho creer. Y en ese sentido, Díaz tiene más derecho que muchos otros de ser enterrado en tierras mexicanas.
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