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La conquista de América fue el proceso colonialista de la exploración, conquista y asentamiento en el denominado Nuevo Mundo realizado por España y Portugal en el siglo XVI, y en la que participaron otras potencias europeas como Gran Bretaña o Francia posteriormente, después de que Cristóbal Colón descubriera América en 1492.[1] Este proceso colonial dio lugar a regímenes virreinales y coloniales muy poderosos, que resultaron en la asimilación cultural de la mayor parte de poblaciones indígenas, y su sumisión ante las potencias conquistadoras.[2][3]
La llegada de los españoles al Caribe, en 1492, abrió el camino para que algunas potencias europeas conquistaran amplios territorios del continente americano. Pintura de Dióscoro Puebla, (Exposición Nacional (1862), Medalla de Primera clase)
Las riquezas de América permitieron que toda Europa creciera, no solo España y Portugal. Este proceso dio lugar a la importación de nuevos productos agrícolas en Europa como el tomate, el maíz, la papa o el cacao, productos que tuvieron un gran impacto también en la economía y en los hábitos europeos de otros continentes. Igualmente, la llegada de las variedades agrícolas y diversidades ganaderas de Eurafrasia produjo un cambio en el paisaje productivo y alimentario del continente americano. La introducción de minerales americanos impulsó enormemente la economía europea pero al mismo tiempo creó situaciones de alta inflación. En los siglos posteriores, el oro y la plata desempeñaron una función importante en el nacimiento del capitalismo, principalmente en los Países Bajos, Gran Bretaña y Francia. Este fue un proceso casi permanente, ya que algunas sociedades indígenas opusieron una resistencia constante mientras que otras nunca fueron asimiladas completamente.
España fue la que empezó la colonización e incluso la que logró conquistar la mayor parte de América, debido a que fue el país que obtuvo el patrocinio del viaje de descubrimiento por medio de los Reyes Católicos. Mediante una bula del papa Alejandro VI, se declaró legítima la posesión española de todas las tierras encontradas más allá de trescientas leguas al oeste de las islas Azores.[4] Más tarde, una ligera modificación repartió el continente americano entre las potencias de España y Portugal, lo cual quedaría ratificado en el Tratado de Tordesillas. Sin embargo, otras potencias europeas se sumaron a la conquista y colonización en América posteriormente, a menudo compitiendo entre ellas y con los imperios ya existentes. Entre ellas se encuentran Francia, Gran Bretaña, los Países Bajos e incluso Rusia y Dinamarca.
Varios pueblos originarios americanos intentaron oponerse a la ocupación de los europeos,[5] a pesar de encontrarse en desventaja desde el punto de vista de la tecnología bélica. Las armas y las técnicas de guerra españolas y de las otras potencias europeas eran más avanzadas respecto a las indígenas. Los europeos conocían la fundición, la pólvora y contaban con caballos y vehículos de guerra. Los americanos, en cambio, contaban con una tecnología lítica y carecían de animales de carga, a pesar de ser superiores en número y en conocimiento del territorio. No obstante, el establecimiento de alianzas de los capitanes españoles con líderes nativos, fue decisivo para equilibrar el número de combatientes .[6] Las enfermedades que los europeos llevaron a América —para las cuales los indígenas carecían de defensas— cobraron cientos de miles de vidas y fueron un factor que debilitó las sociedades americanas que, en medio de la guerra, tuvieron que enfrentarse también con el desastre epidemiológico.[7] La historia de este proceso ha sido relatada principalmente desde el punto de vista de los europeos.[8] Salvo en el caso de los mesoamericanos, la gran mayoría de los pueblos indígenas desconocían la escritura. De hecho, los registros de los hechos desde la perspectiva indígena consisten principalmente en relatos recuperados algunos años después por los propios europeos. Se cuenta con ellos en los casos de Nueva España, Perú y Yucatán.