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Respuesta:
Antes de seguir con la descripción de los ritos sacrificiales prehispánicos, es necesario recalcar que de ninguna manera Mesoamérica tuvo el uso exclusivo de esta práctica ritual. Abundan los testimonios sobre sacrificios humanos realizados en las antiguas civilizaciones del Cercano Oriente, de China, de Grecia, de África, etcétera. Se mencionan sacrificios de niños en el Antiguo Testamento, el ahorcamiento de víctimas en la Suecia precristiana en honor al dios Odín y la ejecución de prisioneros de guerra en el antiguo reino de Dahomey en los siglos XVIII y XIX. Los ingleses que colonizaron la India tuvieron muchas dificultades para acabar con los sacrificios humanos dedicados a la diosa Kali, que se siguieron realizando hasta finales del siglo XIX. En efecto, los thugs, un grupo étnico del norte de la India, tenían la costumbre de estrangular ritualmente a los viajeros que transitaban por sus tierras, transformándolos en víctimas para su diosa. Se podría fácilmente aumentar esta lista que revela la amplia difusión de la práctica del sacrificio humano tanto en el espacio como en el tiempo.3
Sacrificio y guerra
El acto de sacrificar, verbo cuya etimología latina significa “hacer sagrado”, consiste en matar ritualmente a un animal o a un ser humano que se ofrecen a una deidad con la esperanza de un beneficio para el que realiza o manda realizar el sacrificio.
En Mesoamérica la práctica del sacrificio humano estaba estrechamente vinculada con la guerra, que tenía un doble objetivo: conformar grandes unidades políticas y dominar a otros pueblos, aunque también conseguir víctimas para el sacrificio. En efecto, los antiguos mexicanos no solían matar a sus enemigos en el campo de batalla, más bien procuraban capturarlos –incluso entre varios guerreros– para, después de rituales complejos, sacrificarlos a sus dioses. Los cautivos eran conducidos a la capital México-Tenochtitlán, donde desfilaban frente al tlatoani o rey y luego frente a las estatuas de las deidades principales. Generalmente se quedaban en las casas de los guerreros, donde ayunaban y a veces bailaban junto con sus captores. Al día siguiente el cautivo ascendía los peldaños de una pirámide, en ocasiones por su propia voluntad o si no por la fuerza. Al llegar a la cima, unos sacerdotes lo acostaban en una piedra abombada donde un sacrificador le abría el pecho con un pedernal y luego le arrancaba el corazón para ofrecerlo a los dioses, especialmente al Sol. El cuerpo era bajado de la pirámide –en ocasiones para ser comido ritualmente– y su cabeza era colocada en una estructura de madera llamada tzompantli. Existían muchas otras maneras de ejecutar ritualmente a las víctimas, algunas de las cuales eran decapitación, flechamiento, ahogamiento, enterramiento con vida, etcétera. Los testimonios antiguos dan cuenta también de la gran variedad de individuos elegidos para el sacrificio, desde niños y jóvenes hasta ancianos, hombres o mujeres, nobles u hombres comunes; extranjeros o bien procedentes de la misma comunidad
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