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Respuesta:
"Una vez concluidas todas sus palabras al pueblo que le escuchaba, Jesús entró en Capernaum". A esta porción se la llama: "El siervo del centurión", pero yo creo que más convendría llamarla: "El patrón del siervo", dado que éste es tanto o más importante en la narración que el enfermo sobre el que se verifica el milagro. Porque lo que aquí vemos no es solamente un hombre muy enfermo, sino alguien de jerarquía en esa sociedad que tiene dos características muy inusuales. En primer lugar, ha desarrollado una amistad y relación con su siervo, de tal manera que cuando éste se enferma gravemente, se preocupa y trata de hacer todo lo que está a su alcance para ayudarlo. Suponemos que esta relación ha sido el fruto de largos años de trabajo del siervo, que con diligencia y eficacia ha cumplido sus funciones. El centurión ha sido impresionado por el carácter de este hombre, y la estima que le profesa es muy inusual en una sociedad donde el sirviente, al caer enfermo, podía se desechado y reemplazado. Observemos el versículo 2: "Y el siervo de cierto centurión, a quien él tenía en mucha estima, estaba enfermo y a punto de morir". No se necesitaba ser médico para darse cuenta de que el caso era desesperante. La enfermedad había progresado al punto de que ya estaba moribundo. Miremos lo que nos dice Mateo en la misma historia en (Mt 8:5-6): "Cuando Jesús entró en Capernaum, vino a él un centurión y le rogó diciendo: Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, y sufre terribles dolores".
Explicación:
Respuesta:
Jesús acababa de dar un discurso. Había terminado de hablar sobre el hombre que edificó la casa sobre la roca con buen cimiento en contraste con aquel que lo hizo sin fundamento.
(Lc 7:1): "Una vez concluidas todas sus palabras al pueblo que le escuchaba, Jesús entró en Capernaum". A esta porción se la llama: "El siervo del centurión", pero yo creo que más convendría llamarla: "El patrón del siervo", dado que éste es tanto o más importante en la narración que el enfermo sobre el que se verifica el milagro. Porque lo que aquí vemos no es solamente un hombre muy enfermo, sino alguien de jerarquía en esa sociedad que tiene dos características muy inusuales. En primer lugar, ha desarrollado una amistad y relación con su siervo, de tal manera que cuando éste se enferma gravemente, se preocupa y trata de hacer todo lo que está a su alcance para ayudarlo. Suponemos que esta relación ha sido el fruto de largos años de trabajo del siervo, que con diligencia y eficacia ha cumplido sus funciones. El centurión ha sido impresionado por el carácter de este hombre, y la estima que le profesa es muy inusual en una sociedad donde el sirviente, al caer enfermo, podía se desechado y reemplazado. Observemos el versículo 2: "Y el siervo de cierto centurión, a quien él tenía en mucha estima, estaba enfermo y a punto de morir". No se necesitaba ser médico para darse cuenta de que el caso era desesperante. La enfermedad había progresado al punto de que ya estaba moribundo. Miremos lo que nos dice Mateo en la misma historia en (Mt 8:5-6): "Cuando Jesús entró en Capernaum, vino a él un centurión y le rogó diciendo: Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, y sufre terribles dolores".
Notamos aquí tres cosas de esta situación: El siervo estaba postrado. Aquel que antes trabajaba con diligencia ahora estaba postrado en la casa. Pero noten que dice algo más: que está paralítico. Es obvio que el individuo aquí no puede caminar y que está tendido sobre un lecho o cama, hasta que Jesucristo hace el milagro. Notamos también que estaba con "terribles dolores". Es decir, sufría desesperadamente. Esa expresión se traduce como "atormentar" y se utiliza en (Mt 8:29) con referencia al endemoniado gadareno: los demonios dicen: "¿Qué tienes con nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo?". Ver también (Ap 20:10). Pero volvamos a este hombre. Estaba enfermo, paralizado, en un grito de dolor, y casi agonizando. Desde el punto de vista médico creo que este hombre tenía una enfermedad probablemente infecciosa que lo había dejado paralítico y a punto de morir. El hecho de que se estuviera muriendo podría significar insuficiencia respiratoria; es decir, el problema de mantener la respiración que se ve en muchas enfermedades de este tipo. Pero volvamos al relato bíblico.
(Lc 7:3-5) "Cuando oyó hablar de Jesús, le envió ancianos de los judíos para rogarle que fuera y sanara a su siervo. Ellos fueron a Jesús y le rogaban con insistencia, diciéndole: "Él es digno de que le concedas esto; porque ama a nuestra nación y él mismo nos edificó la sinagoga". Este centurión realmente era un hombre extraño. No solamente era muy bondadoso, sino que siendo romano había demostrado aprecio y respeto por la religión hebrea, a tal punto que les había edificado una sinagoga. Jamás hubiera él pensado que ese hecho pudiera luego servir de argumento a sus amigos judíos, como para alcanzar alguna gracia especial de su Mesías prometido.
Edificó un lugar de estudio religioso: una sinagoga. ¿Qué clase de personas somos nosotros? ¿De cuántos se podría decir que somos como Nehemías, edificadores? ¡Qué triste es pensar que algunos son como Gesem, Sambalat y Tobías! Personas prontas a destruir. Observemos que con delicadeza los judíos le insisten al Señor que el centurión es digno de que algo se le conceda porque ha obrado siempre tan bien (1 Co 3:10, 13-15).
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