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Los comunistas uruguayos, miembros del mayor partido de izquierda uruguaya que se proclamaba "revolucionario", adoptaron entusiasmados la imagen dibujada por su principal dirigente y la reprodujeron en numerosas ocasiones y formatos1. Tanto repitieron y asimilaron esas frases que muchos años más tarde no pocos militantes y ex –militantes las citaban, con muy ligeras variantes. En 1962, el Partido Comunista del Uruguay (PCU) procuraba liberarse del lastre del sectarismo extremo que lo caracterizó hasta el viraje liderado por Arismendi siete años antes. De ahí y de la necesidad de desmentir la virulenta propaganda anti-comunista el afán por presentar a los comunistas como hombres del pueblo y no una secta de iluminados. Hombres comunes y corrientes, incluyendo cuestiones de sexo y género, sobre las cuales Arismendi no debe haberse detenido a reflexionar al elaborar sus frases, al igual de quienes durante el siguiente cuarto de siglo se identificaron con la imagen del comunista retrataban: el prototipo varonil uruguayo popular, pacífico, pragmático, que entre otras cosas bonitas (el pan y el vino, las flores, la guitarra y los cantos, la amistad y las estrellas) amaba a las mujeres y a los niños. El comunista era imaginado como varón. No que el PCU renunciara a reclutar compañeras y no las valorara – todo lo contrario. En cada congreso se exhortaba a redoblar esfuerzos para incorporar e integrar compañeras en el Partido y superar el retraso en la militancia femenina. Pero, el molde del militante comunista idealizado era varonil y la afirmación de la igualdad de género se refería a la capacidad de realización de ese ideal por parte de las compañeras.
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