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Respuesta:
Se llamaba Mariana y convulsionaba. Su temblor era
como el deshojarse de las flores blancas de mirto cuando
un niño sacude las ramas. El pelo sideral le llegaba a las
caderas, y también temblaba con ella como un atrapasueños.
Su pecho, más abultado que el de las otras damas de su misma
edad, vibraba, como la carne roja de un atún que vi tajar en la
bahía de Taganga un día. Sus caderas y muñecas convulsiona-
ban y toda la falda se batía como una pollera de plumas. Estaba
subida en el tablado del Teatro Municipal interpretando a la
Crispina, en Las convulsiones de Luis Vargas Tejada, la hija del
hacendado Gualberto que se empodera de la histeria convul-
siva para llamar la atención del padre y concederse caprichos
y deseos a su antojo. Se ponía el dorso de la mano en la frente
como si estuviera a punto de desmayarse o afectada por una
repentina migraña, y luego le entraba una convulsión que era
un movimiento parcial autónomo, como dice Zizek en Guía del
cine para pervertidos, y entonces nos reíamos de verla moviendo
sólo las caderas, sólo los hombros, como en un eterno mambo
o merecumbé, o esa danza del vientre centroamericana .