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Explicación:
antes que ser un riesgo para la racionalidad contribuyen a hacerla más eficiente. Los estados afectivos,
más que ser un estorbo para el buen juicio, la razón o la convivencia, tal como se ha concebido a lo
largo de la historia, desempeñan un papel esencial en el desarrollo de las capacidades de relación, de
la inteligencia así como de la condición ética (Asensio; Acarín y Romero, 2006).
El modelo de mente humana en la cultura occidental ha padecido claramente un sesgo, debido a la
preponderancia de la mente cognitiva frente a la mente emocional. Las emociones eran vistas como
obstáculos que interferían en la racionalidad, siendo ésta el componente más valorado y la expresión
de la objetividad; las emociones, contrariamente, representaban la subjetividad, tal como indican algunos autores, es posible que la revolución cognitiva no revitalizó las emociones porque “se han considerado tradicionalmente estados subjetivos de la conciencia” (LeDoux, 1999: 41). Lo más significativo
es que, desde este modelo de mente humana, se ha interpretado la mente en su conjunto, dotando de
significado y sentido las prácticas humanas (Asensio; Acarín y Romero, 2006). A modo de ejemplo se
puede citar la atribución de una mayor racionalidad (objetividad, superioridad) entre los hombres, mientras que a las mujeres se las ha considerado más emocionales (subjetividad, inferioridad).
Gardner (2002) considera que la falta de consideración hacia los componentes afectivos y emocionales es una característica propia de la perspectiva teórica cognitiva. En esta misma línea, se puede
observar lo que manifiesta LeDoux (1999) cuando escribe: “El cognitivismo surgió en la mitad del siglo
XX y a menudo se lo describe como <la ciencia nueva de la mente>. Sin embargo, el cognitivismo es
en realidad una doctrina que estudia únicamente un aspecto de la mente, el relacionado con el pensar,
el razonar y el intelecto, y deja a un lado las emociones. Y en realidad no puede haber mente sin emociones. Serían almas gélidas, criaturas frías e inertes desprovistas de deseos, temores, penas o placeres” (LeDoux, 1999: 28).