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En América Latina la pobreza es como una enfermedad permanente y se presenta de manera casi homogénea en los 18 países que componen su continente. La población pobre de Sudamérica sobrevive con unos ingresos que son insuficientes para satisfacer sus necesidades básicas y reside en viviendas que carecen de acceso al agua potable, a la luz eléctrica, al gas y teléfono.
Son hogares con una alta tasa de dependencia demográfica y baja densidad ocupacional, donde el jefe de familia posee, generalmente, niveles medios y bajos de estudios y en la mayoría de los casos se encuentra desempleado. En el año 2000, en la región latinoamericana habían aproximadamente 207 millones de pobres, el 42% literalmente pobres y el 18% indigentes, es decir caídos en la pobreza extrema. Y en los dos últimos años la pobreza ha evolucionado; con Argentina hundida en una crisis que hace estragos en su economía, Venezuela y Colombia sumidas en conflictos internos que ocasionan el estancamiento de los sectores productivos, el desempleo y el aumento del gasto público por habitante, con Ecuador, Bolivia y Perú cuyas poblaciones prácticamente viven del recurso, habitando en chabolas y con una alimentación deficiente.
Así, con este panorama que refleja la cruda realidad de los países hispanoamericanos se aleja la posibilidad de que se cumpla la meta de “ reducir a la mitad los niveles de pobreza extrema hasta el año 2015” según el compromiso asumido en la Declaración del Milenio de las Naciones Unidas. Las proyecciones de la pobreza e indigencia para los años próximos son alarmantes. En la América de habla castellana habrá 80 millones de pobres hacia finales del año 2009, es decir que la cifra de pobres aumentará a 287 millones.
Y, por desgracia, existen muy pocas posibilidades de paliar el crónico mal; y los hogares de estos países hermanos estarán lejos de alcanzar una vida digna; la mayor parte de familias pobres tendrán sus hijos menores afectados por la desnutrición, el analfabetismo, o la mortalidad a causa de enfermedades producidas por la miseria. Los pobladores seguirán hacinados en quintas o tugurios con un sólo grifo y baño comunal, o languideciendo en asentamientos humanos con calles sin veredas ni pavimentos.
En las grandes ciudades latinoamericanas, a donde llegan los migrantes de las provincias condenadas a la desolación y el abandono, es notoria la cantidad de trabajadores ambulantes que ocupan sus calles. Los jóvenes, sin orientación y sin futuro se pierden en vicios que la Sociedad denigra; la delincuencia y la prostitución juvenil, crecen casi obligadas por la necesidad de comer.
Es una realidad penosa, que está lejos de los informes de la Comisión Económica para América Latina cuyos anuncios optimistas colocan a estos países en mejores posiciones económicas cada año. La pobreza envuelve y mata a miles de niños, procrea ignorancia en las familias, trastorna a un país entero y lo hunde en la depresión y el atraso social. Y además la Cultura, el Deporte y la Ciencia tampoco prosperan en los pueblos cuya población está hambrienta, salvo algunos excepcionales casos de niños genios que florecen en los arenales y chabolas de las barriadas.
Los países pudientes deberían detener un instante el carro del consumismo desmedido, y pensar que al otro lado del mundo existen hermanos que necesitan una ayuda para salir adelante, que son seres humanos que cada día luchan en la medida de sus posibilidades para soportar la pobreza que los rodea, que como nosotros tienen la esperanza de que sus hijos gocen de una vida digna. Pensemos en la posibilidad de que un día el llanto desgarrador de los pequeños humildes, el sufrimiento de aquellas madres que no pueden alimentar a sus críos por tener sus pechos famélicos, la desesperación de los padres que no tienen con qué alimentar a su familia, se termine de una vez y todos vivamos con igualdad de posibilidades en un mundo mejor
Explicación:
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