Pesaba ciento diez libras. Tenía el pelo ensortijado y su piel era negra. Pero de un negro muy especial. Ni azulado, ni rojizo, sino tirando a ciruela. Se llamaba Mauki y era hijo de un jefe. Tenía tres tambos, palabra melanesia que significa “prohibición” y es prima hermana del término polinesio tabú. Los tres tambos de Mauki eran los siguientes: primero, no podía estrechar manos femeninas ni podía permitir que mujer alguna le tocara ni a él ninguna de sus pertenencias. Segundo, no podía comer almejas ni alimento alguno guisado sobre un fuego al calor del cual se hubieran cocinado molusco. Tercero, no podía cazar cocodrilos ni navegar en canoas que transportaran una parte de este animal por pequeña que fuera, aunque sólo se tratara de un diente.
Tenía la dentadura de un negro distintos, intenso, o, mejor dicho, de un negro hollín. Se la había teñido así su madre en una sola noche frotándola con un mineral en polvo procedente de un yacimiento que había a espaldas de Port Adams, poblado marinero de Malaita, la más indómita de las ideas del archipiélago de las Salomón, tan indómita que ni comerciantes ni colonos han logrado hasta ahora poner el pie en ella. Desde los tiempos de los primeros pescadores de cohombro de mar y comerciantes de sándalo, hasta los días recientes de negreros provistos de rifles automáticos y motores de gasolina, decenas y decenas de aventureros blancos han muerto en esa isla victimas de las hachas y las balas explosivas de los nativos. [...]
Mauki tenía las orejas agujereadas, no en un sitio ni en dos, sino en un par de docenas. En uno de los orificios más pequeños llevaba una pipa de cerámica. Los mayores eran demasiado grandes para tal adorno. La cazuela de la pipa habría pasado a través de ellos. De hecho, en el agujero más grande de cada oreja llevaba tapones redondos de madera de unas cuatro pulgadas de diámetro. La circunferencia de dichas aberturas media aproximadamente doce pulgadas y media. Mauki no era muy especial en sus gustos. En los orificios más pequeños llevaba entre otras cosas casquillos vacíos, tornillos de cobre, pedazos de cuerda, biznas de cables trenzados, tiritas de hojas verdes y, al atardecer, con la fresca, flores de hibisco color escarlata. De ellos se deducirá que para andar por la vida no necesitaba bolsillos, los cuales, por otra parte, le estaban vedados por consistir toda su indumentaria en un retazo de percal de varias pulgadas de anchura. En la cabeza lucía una navaja con la hoja cerrada sobre un rizo del cabello. Su posesión más preciada era el asa de un tazón de porcelana que llevaba colgada de un anillo de concha de tortuga pendiente a su vez del tabique nasal.
Pero a pesar de estos adornos, su cara resultaba agradable. Era el suyo un rostro hermoso desde cualquier punto de vista, sobre todo tratándose de un nativo de la Melanesia. Sólo tenía un defecto: le faltaba firmeza.
Tomado de: London, (1986). Relatos de los mares del Sur, pp. 40-41. Madrid:Alanza.
15. Según el texto anterior, Mauki no necesitaba
bolsillos porque
A. llevaba todo lo necesario en sus orejas.
B. tenía las orejas muy agujeradas.
C. tenía las orejas grandes.
D. tenía muchos aretes.
Respuestas
Respuesta dada por:
0
Respuesta:
B
Explicación:
Mauki tenía las orejas agujereadas, no en un sitio ni en dos, sino en un par de docenas.
Preguntas similares
hace 2 años
hace 2 años
hace 5 años
hace 5 años
hace 5 años
hace 7 años
hace 7 años