2. ¿Cómo era el pongo?
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Narra la historia de un hombrecito que era sirviente y pequeño de estatura. El patrón de la hacienda siempre se burlaba del hombrecillo delante de muchas personas. El pongo no hablaba con nadie; trabajaba calladito y comía sin hablar.
Todo cuanto le ordenaban, cumplía sin decir nada. El patrón tenía la costumbre de maltratarlo y fastidiado delante de toda la servidumbre, cuando los sirvientes se reunían para rezar el Ave María en el corredor de la casa hacienda.
El patrón burlándose le decía muchas cosas: "Creo que eres perro, "ladra", "ponte en cuatro patas", "trota de costado como perro". El pongo hacía todo lo que le ordenaba y el patrón reía a mandíbula batiente.
El patrón hacía lo que le daba la gana con el hombrecillo. Pero... una tarde, a la hora del Ave María, cuando el corredor estaba repleto de gente de la hacienda, el hombrecito le dijo a su patrón: "Gran señor, dame tu licencia; padrecito mío, quiero hablarte".
El patrón le dice: "Habla... si puedes". Entonces el pongo empieza a contarle al patrón lo que había soñado anoche: "Oye patroncito, anoche soñé que los dos habíamos muerto y estábamos desnudos ante los ojos de nuestro gran padre San Francisco, Él nos examinó con sus ojos el corazón del tuyo y del mío.
El padre San Francisco ordenó al Ángel mayor que te eche toda la miel que estaba en la copa de oro. La cosa es que el ángel, levantando la miel con sus manos enlució todo tu cuerpecito, desde la cabeza hasta las uñas de tus pies, Bien, ahora me tocaba a mí, nuestro gran Padre le dijo a un ángel viejo:
"Oye, viejo, embadurna el cuerpo de este hombrecito con el excremento que hay en esa lata que has traído: todo el cuerpo, de cualquier manera, cúbrelo como puedas, ¡Rápido!" Entonces, patroncito, el ángel viejo, sacando el excremento de la lata, me cubrió todo el cuerpo con esa porquería. Espérate, pues, patroncito, ahí no queda la cosa.
Nuestro gran Padre nos dijo a los dos: "Ahora, “lámanse el uno al otro; despacio, por mucho tiempo"