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Educa la familia y educa la escuela. Es imprescindible la comunicación, la complicidad, entre una y otra, la existencia de un proyecto coherente: que padre y madre se involucren, participen, como parte importante de la comunidad educativa.
También educa el resto de la tribu. Nos educamos unos a otros. Toda persona nos enseña algo. A veces con sus palabras. Muchas más con su ejemplo. Y no debemos olvidar que como señalaba Voltaire “hay alguien tan inteligente que aprende de la experiencia de los demás”…
Una buena educación es un patrimonio muy valioso, como luego subrayo. Lo sabes bien. Algo que siempre lleva uno consigo y que nadie te puede “robar”.
La educación mejora tus aptitudes y actitudes, despierta tu interés y tu curiosidad. Enciende el deseo de acercarse a la verdad, de pensar por uno mismo, de contar con capacidad de análisis propio… y nos amplía las ventanas por las cuales vemos el mundo, en palabras de Arnold H. Glasow.
Con la educación, como ves, no solo aprendemos a ganarnos la vida sino lo que es más importante: aprendemos a vivir. Y el valioso bagaje que se nos transmite fluye a lo largo de toda nuestra existencia.
Si queremos educar bien debemos hacerlo desde la empatía y el afecto. Me gusta recordar la cita de Oscar Wilde cuando afirmaba: “El mejor medio para hacer buenos a los niños es hacerlos felices”. Enseña tanto, ayuda tanto a crecer a cada persona que esta se sienta querida y valorada…
Debemos ser muy conscientes de la suerte que tenemos por la educación que recibimos. Y, por ello, es importante que sepamos demostrar agradecimiento hacia quien nos forma. En concreto hacia la labor de los profesionales de nuestros centros, tan valiosa como compleja. Es obligado el reconocimiento personal y social hacia su tarea.