marcar en él las ideas que crean importantes y aquellas que no hayan comprendido bien. Aclarar de cuál se trata en cada caso.
Hace algunos años escribí un texto donde anticipaba más o menos lo mismo con otros términos. Comenzaba con un breve apunte tomado directamente de la realidad que tenía enfrente. Lo transcribo tal cual: “Mi pava está sobre la hornalla y el agua ya casi va a estar para el mate” ¿Qué es este enunciado? O mejor: ¿a qué orden discursivo pertenece? No es una noticia, si se entiende que una noticia refiere hechos fuera de lo ordinario, de la monotonía que organiza los acontecimientos y por lo tanto los hace invisibles. Aunque con notables esfuerzos, la 503 pasa regularmente por la calle España en su viaje de ida hasta la parada final en Villa Rosas, cerca del Santuario de la Virgen de San Nicolás. Pero ello todavía no se considera noticia. La noticia tendrá lugar el día que deje de pasar, ya sea porque quiebre la empresa, o a causa de una huelga dispuesta por la UTA, o bien porque la Virgen haya decidido llevarse los colectivos al cielo para consagrarlos a su servicio personal. In paradisum deducant angeli. El enunciado en cuestión tampoco sería científico, desde que Aristóteles prescribió que no puede haber ciencia de lo particular y perecedero. Considerarían una broma de mal gusto si me presentase en la universidad diciendo que yo soy especialista en mi pava. Pero de hecho lo soy. Y acaso sea uno de los pocos ámbitos en el que pueda afirmar sin dudas, sin vanagloria, que soy un experto. Puedo enumerar una cantidad de cosas que conozco acerca de ella. A medida que la lleno, sé la cantidad de agua justa que necesito con solo sentir su peso; el modo en que la pava se comporta no bien recibe las primeras llamas azules; el estremecimiento de las gotas que quedaron fuera, que empiezan a contorsionarse en espasmos burbujeantes, lanzan un ahogado chirrido y ascienden como fantasmitas de vapor; conozco también la débil alarma que la pava emite en señal de que ha llegado su momento y que es necesario apurarse antes de que sea demasiado tarde. Ciencia, ἐπιστήμη, scientia, scio, sé. En este caso, ciencia de lo particular, de un solo objeto, tal como la practica muchas veces la poesía. Por eso lamento verdaderamente que esta ciencia en sentido estricto no les sirva a ustedes de momento en que se aplica solamente a mi pava. Sin, capacidad, colores, grado de quisquillosidad, horror por el abandono sobre las llamas, sensaciones de soledad y enfriamiento ante el mármol de la mesada sólo él conoce y no yo. Al lector, entonces, se le habrá revelado la posible conexión entre su pava y la mía, y acaso no falte quien sienta la necesidad impostergable de abandonarlo todo y correr en búsqueda de papel y birome para volcar toda su ciencia al respecto, del mismo modo en que Hertz comprobó con asombro cómo la chispa que saltaba de una esferita metálica hacía saltar una chispa similar en otra esferita distante sin que nada, aparentemente, las uniese. Recién entonces la poesía será ciencia de lo general. Pero demos un paso más: imaginemos que todos los hombres del mundo se sientan a escribir lo que conocen sobre todas las pavas de que han tenido experiencia, las pasadas y las presentes, las reales y las ficticias, las que un grupo de poetas de esta ciudad, que se reivindicaban como mateístas, pintaron junto a sus versos en paredones vacíos. Recién entonces la poesía será ciencia de lo absoluto. Aristóteles se preguntó: “¿Por qué cierro los ojos cuando estornudo?” La ciencia de las pavas debe ser hecha por todos.
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