Qué actitudes de Papas y obispos generaron una crisis espiritual en el siglo XIV? ¿Cómo reaccionaron los creyentes antes esas actitudes
Respuestas
Una constante domina la historia de la Iglesia: la convivencia entre los papas y los concilios no ha sido siempre fácil ni fluida. A fines de la Edad Media, la tensión se extenderá por mucho tiempo, y tendrá su manifestación en los frecuentes roces que habrían de producirse entre la autoridad jurisdiccional que el Papa reivindicaba para sí desde Roma y la autoridad doctrinal que los concilios aseguraban tener. Con tamañas fuerzas poderosas en pugna, el riesgo de una desarticulación estaba siempre latente al interior de la Iglesia, de no haber prevalecido el carácter y la prudencia de parte de algunos pontífices, pero también de parte de los padres conciliares que intentaron, siempre que les fue posible, evitar los conflictos para superar las crisis1.
¿Por qué estudiar la eclesiología? Consideramos que en la condición intrínsecamente histórica de la Iglesia va impresa la historicidad de toda eclesiología, porque la historia de la Iglesia es, en verdad, el meollo central de la eclesiología. Como ninguna otra época de la Historia, los siglos XIV y XV nos parecen un período especialmente importante como aporte a la reflexión eclesiológica2. El principal objetivo que tuvo una literatura aparecida en esta época, fue limitar el control que el Papa tenía sobre toda la Iglesia, dándoles mayores atribuciones resolutivas al Concilio.
Este tema no ha dejado de estar presente en la historia posterior de la Iglesia3. A fines del siglo XIX, la soberanía del Papado parecía inmutable, y la posibilidad de un nuevo concilio se consideraba fuera de lugar. Si en esas circunstancias solo algunos medievalistas se interesaban en la teoría conciliar del siglo XV, todo cambió cuando Juan XXIII hizo el llamado a un Concilio en 1959, poniendo en el tapete el problema acuciante del gobierno de la Iglesia y el rol del concilio en la vida eclesiástica. Entonces el libro de Brian Tierney sobre la teoría conciliar, escrito cuatro años antes para un público restringido de especialistas, durante el Concilio Vaticano I sirvió para demostrar que el tema por él estudiado tenía implicancias significativas para la moderna eclesiología4.
LAS DOCTRINAS
Para entender adecuadamente las doctrinas que surgieron debe ubicárselas en medio de la crisis. Solo así puede entenderse que se formularan interrogantes como, ¿puede un Concilio ser convocado sin el consentimiento del Papa? ¿Tiene el Concilio autoridad sobre los pretendientes a la Santa Sede? Nada de esto era de fácil resolución, puesto que los argumentos tomados del derecho canónico, de la historia de la Iglesia y del Nuevo Testamento podían sostener las ideas en favor del Concilio como también favorecer la autoridad omnímoda del Pontífice.
De principio a fin, la principal cuestión fue justificar la intervención conciliar contra un Papa contumaz. Los conciliaristas invocaron el principio de "equidad" (epieikeia) para señalar que el derecho positivo puede ser completado por la justicia natural, que justifica a cualquier cuerpo o sociedad a recurrir a medios de urgencia cuando su unidad está amenazada5. Por lo tanto, en caso de urgencia, también lo puede hacer el cuerpo espiritual o místico de la Iglesia cristiana6.
Las doctrinas se elaboraron en medio de las circunstancias enfrentando la crisis. Por tal razón, pueden encontrarse aspectos en ellas que guardan relación con una reflexión profunda de la historia de la Iglesia, pero también se advierten argumentos puramente contingentes y actitudes de combate7. En primer lugar, respecto de los planteamientos de fondo, había que demostrar que no parece sensato creer que la Iglesia entera pueda resumirse en la figura del Papa, aunque la reforma impulsada por Gregorio VII en el siglo XI propugnara reedificar la Iglesia concibiendo al pontífice como la piedra angular8. Al contrario, ella está representada -y sostenida- por el Concilio General, es decir, por todos los representantes de todos los lugares de la cristiandad. De ello se deducía la siguiente afirmación de carácter radical: La Iglesia es superior al Papa.
Si estas doctrinas podían implementarse solamente en caso de urgencia -puesto que habían sido pensadas en medio de la crisis-, o bien constituían principios permanentes, los canonistas no estaban todos de acuerdo. Algunos sostenían que el conjunto de obispos y cardenales constituidos en el Concilio, eran colectivamente superiores al Papa, aunque fraternalmente unidos, planteamiento doctrinal que podemos considerar de fondo. En otros términos, desde el punto de vista eclesiológico, este razonamiento nos viene a decir que la autoridad última en la Iglesia no está radicada en el Papa sino en el Concilio.
Este raciocinio puede explicarse tanto por razones circunstanciales como también de fondo: lo primero, que los obispos y los cardenales eran lentos en su actuación, poco atentos y ágiles ante la gravedad de crisis, y esta lentitud había sido, probablemente, una importante causa del desencaden