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El sistema capitalista tiene como superestructura un método conformado por los aparatos represivos; se vive bajo condicionamientos que logran que nuevas formas o maneras de vivir socialmente sean naturalizadas en nosotros (Lander, 2000), conduciéndonos a convertirnos en sujetos con identidad confusa, “al lado de la coacción hay que tener en cuenta también la autoridad (el poder justificado por las creencias del obediente voluntario) y la manipulación (el poder esgrimido sin que lo advierta el impotente)” (Mills, 1966). Así mismo, los aparatos ideológicos, y estos como representaciones ideales de las condiciones reales de existencia (Althusser, 2008), hacen funcionar la máquina del Estado de tal forma que nuestras representaciones están marcadas por los imaginarios que aparecen o introducen por medio de esta función ideológica y que van cambiando o transformándose a través del tiempo, por lo general, teniendo en cuenta la lectura de un espacio diferente del propio.
Hacer propios modelos culturales, sociales, políticos y económicos, es el resultado de la poca responsabilidad en la construcción de identidad que ha cobijado al país desde la conquista española; al respecto, dentro del concepto de identidad, “ (…) no es otra cosa que aquello que nos diferencia de los otros tanto en el ámbito individual como colectivo. Supone la conciencia de pertenencia a un grupo determinado y una simbología propia que reclama ser reconocida, protegida y promovida” (Uribe, 2006). Aceptar modelos universales sin ser conscientes de su procedencia, nos lleva a poner como referencia delante de los propios logros el soporte teórico de prácticas como la de Europa, porque fue allí donde se gestó lo que se podría denominar para el resto del mundo “Una identidad cultural vitalicia”[1]
La noción de cultura sorprende a un concepto europeo y se remite a esta cultura. Es necesario descentralizar la palabra y ligarla a un desarrollo antropológico y endógeno, ya que poseemos historia, recursos humanos y naturales únicos e incalculables, que permiten concebir una realidad local con características que refl an el actuar natural, que se ajustan a la cotidianidad, reconociendo una propia cultura, sin desconocer la riqueza de lo universal.
Tan elevado aprecio por el conocimiento generado en Europa, de frente a las realidades naturales, culturales y sociales, de ese continente, impide percibir las consecuencias negativas que ello implica cuando se transfieren y se intenta utilizarlas para explicar realidades tan diferentes, como las que son propias del medio tropical complejo y frágil (…) (Fals-Borda & Mora-osejo, 2002)
Es urgente y determinante la apropiación del proceder natural, pues “La búsqueda de alternativas a la conformación profundamente excluyente y desigual del mundo moderno exige un esfuerzo de deconstrucción del carácter universal y natural de la sociedad capitalista-liberal” (Lander, 2000)