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Decía Jesús Ibáñez en su libro El regreso del sujeto (1990) que la investiga-
ción social es una tarea necesaria y a la vez imposible. Necesaria por cuanto
la sociedad reclama conocimiento sobre sí misma, e imposible dado que el
esfuerzo de medición en la investigación se realiza con instrumentos imper-
fectos y sobre una realidad en continuo movimiento. Oswaldo Hevia se ani-
maba a apuntar dosis algo más positivas al alegar que “no es fácil, pero no
imposible, el producir conocimientos científicos en las Ciencias Sociales”
(Hevia, 2000). Podríamos añadir además un tercer adjetivo para la investiga-
ción social, el de ineficaz si al final los estudios se escinden de las prácticas
que se deberían derivar de ellos, renunciando a su potencia operativa y acaban-
do guardados en un cajón. Aunque este no sea un arranque muy optimista,
compartimos con los citados autores la idea inicial de que atrapar la realidad
social parece efectivamente muy complicado. La investigación social no deja
de ser más que una red que nosotros como investigadores tejemos con el fin
de lanzarla y entre las cuerdas poder capturar lo que creemos que son fraccio-
nes de realidad. Pero la sociedad no solo se compone de procesos de muy
diversa clase, sino que los elementos cambian, son realidades en continuo
movimiento que, afortunadamente, no se dejan atrapar.