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e entiende por peatón imprudente un sujeto que puede figurar en las estadísticas; o sea, uno que puede encontrar un lugar en el obituario antes de alcanzar su lugar en la vereda del frente. Quizá, previamente, pueda realizarse y contemplar cómo todos le ceden el paso, cuando va en la ambulancia.
Es probable que en el mundo del futuro haya sólo peatones, los que se trasmitirán molecularmente. Con mayor razón, entonces, será veraz la encuesta que indica que hay mayor cantidad de accidentes en la cocina que en la vía pública.
¿Cuál es la planta que identifica a todas las naciones del planeta y que habría que enviar como nuestra representación a los posibles extraterrestres? El semáforo, cuya flor ostenta los mismos colores en todas las ciudades del mundo, en invierno como en verano, día tras día... Todo el que pasa frente a ella está obligado, por ley, a mirarla con atención. ¿Y cuál sería el verbo que resume y fundamenta el ideal de la educación vial? Tolerar; verbigracia: paciencia frente al semáforo y al prójimo. Incluso, tolerar algo que no se tiene por lícito (conducta de un peatón o conductor imprudente) sin reconocerlo como impunidad, sino para evitar males mayores. Quien tolera sin alterarse es el ciudadano educado. Si a esta virtud le agregamos la solidaridad, veremos que el comportamiento en la calle de una ciudad distingue al país bananero del que posee cultura.
La demolición del edificio que ocupa la gobernación generó mucha polémica. Si no se nos toma del todo en serio, podemos afirmar que el criterio que se aplicó raya con el de aquel peatón que dijo: “En el mundo, cada año, hay un millón de autos más, y como esta tendencia se va a acentuar, conviene cruzar las calles ahora”.
En un siniestro entre dos vehículos, por lo general, hay dos mentirosos; se atropella a la razón. En un choque entre dos peatones, prima la razón del más fuerte y se elude la culpabilidad que cabe a cada uno.
Generalizando el conflicto, y comparándolo con otro mucho mayor, recientemente, en el choque entre porteños y bonaerenses, ninguna de las partes asume la responsabilidad que le corresponde ni reconoce su incapacidad para enfrentar un problema social de gran dimensión. Es una constante, en el Estado y en la política, la falta de un llamado a la tolerancia frente a los atropellos habidos en el año que feneció.
Análogamente, debe existir un límite en la interrupción del tráfico y de las rutas. También a fines del año, un corte de vías en Constitución, hecho por 200 personas –por un problema que no era imposible de solucionar–, impidió que 60 mil peatones retornaran a sus hogares en vísperas de Año Nuevo. En este caso, el peor mensaje que se podría dar a la sociedad es que desde el Estado hay que premiar a quienes pretenden vivir de espaldas a la ley y a quienes, como ciertos piqueteros, siembran la violencia.
Los ciudadanos argentinos ya no tenemos dentro de la Nación la igualdad de derechos ni representación política alguna, a causa de la intolerancia ciega que es signo de una vanidad ignorante. Ergo, en un año electoral, es hora de pensar sobre la forma de restaurar los cimientos de las instituciones que constituyen la base legal de toda república democrática y que han sido dinamitados por la fatuidad sin control de ciertas facciones que prolongan de manera astuta, en su beneficio, el uso del poder.
En definitiva, el remedio para dicha enfermedad colectiva debe partir de la escuela. Pero esta didáctica sería una voz clamando en el desierto sin la participación de los padres de los educandos. Así, con ejemplos sencillos –ceder el paso al vehículo de la derecha–, aprenderán los pequeños a respetar los derechos del prójimo; desde luego, en correlación con las otras disciplinas del aula.
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