• Asignatura: Castellano
  • Autor: alejandroduartemazo
  • hace 3 años

sacan 20 adjetivos de este texto


El 23 de marzo, cuando poco se conocía sobre la pandemia de coronavirus en Colombia, en una remota aldea del municipio de Curití, Norte de Santander, un campesino, de tan solo 20 años, comenzó a sentir todos los síntomas asociados al virus. Que se repitieron en televisión.
Yaritza, casada y con un hijo de 4 años, llamó al número 922 desde un celular, la línea directa de su EPS durante seis años, y les dijo que tenía una gripe muy fuerte, que "le iba a explotar la cabeza", que le dolían los músculos, apenas podía levantarse de la cama, tenía vómitos y fiebre de 39 grados, no tenía dificultad para respirar y él no sentía ninguna alteración en el olfato.
De inmediato, un equipo médico de salud viajó desde el hospital de Curití hasta la finca donde reside, para realizar la prueba de RT-PCR, la indicada para el diagnóstico de covid-19. Le dejaron un kit de protección con mascarilla, gel antibacteriano, alcohol y guantes. Recomendaron lavarse las manos continuamente y, lo principal, aislarse.
Ese día, todos los vecinos de la aldea vieron llegar la ambulancia a su casa y salir de ella los trabajadores de salud vestidos con uniformes de protección biomédica.

El 31 de marzo llegaron los resultados: positivo para covid-19. Ella fue la primera en contagiarse del municipio y, quizás, de su departamento.
No tenía dónde aislarse. Su suegro, cuya casa está cerca, acababa de salir del hospital después de un infarto, su suegra sufre de asma, y el adulto mayor que vive con ellos es 93 años. En resumen, sus parientes cercanos fueron clasificados como población en riesgo por el virus.
Se quedó en casa con su esposo de 27 años, también peón del campo, y su hijo. La residencia solo tiene una habitación, por lo que ella dormía en una cama y su esposo e hijo en la otra.
No cocinaba y seguía todos los protocolos de protección indicados por el gerente de su sucursal EPS, así como los socializados por los médicos del hospital de Curití. El alcalde del municipio le envió un mercado.

Su marido era quien cocinaba para la familia. No tocó ningún ingrediente y mantuvo la distancia con su pequeño. Nadie la visitó.

Los síntomas de las dos primeras semanas fueron terribles pero, según su relato, lo más terrible fue la actitud de sus vecinos. La llamaron y le dijeron que le iban a quemar la casa, que iban a matar a su hijo si no salía del pueblo.
La familia incluso pensó en dejar el pueblo, pero no tenía aliento ni adónde ir. Yaritza es oriunda de El Páramo de Letras, en Tolima.

Para hacer la valla epidemiológica le preguntaron con quién había tenido contacto. Dijo que estaba con un amigo recién llegado de Bogotá. Su amiga le dijo que ya le habían hecho la prueba y, a partir de ese momento, dejó de hablar con ella porque lo había referenciado. También se tomaron muestras de la dueña de la finca donde trabajan Yaritza y su esposo, y de otras 20 personas cercanas, incluidos sus suegros. Afortunadamente, todos resultaron negativos.
El 15 de abril le hicieron la segunda prueba y luego de dos días, el 17 de abril, confirmaron que ya estaba recuperada. “Su EPS siempre nos ha tratado bien con citas, pedidos y medicamentos”, dice.
Ahora, intenta superar la señalización de los vecinos, que tienen claro que "todo ha pasado" y que no hay peligro. "Ya no me mires como un bicho raro", dice, refiriéndose a lo que espera después de esta situación.
Ya la han vuelto a llamar para hacer trabajo de campo. Sembrar, cosechar maíz, café... Es demasiado fuerte y conoce esos oficios.
Cuando sale a trabajar con su marido, los suegros cuidan a su hijo. Van juntos en moto, a pesar de que el camino para ir a Curití es terrible, según cuenta. “Allí no podemos mantener la distancia, pero no tenemos otra forma de movilizarnos”, explica

Respuestas

Respuesta dada por: melaniancasisrc2021
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Respuesta:

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Explicación:


RuthDianira: no me sirve nada
RuthDianira: no allo mi pregunta
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