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Émile Durkheim dijo alguna vez que el socialismo fue el “grito de dolor” de la sociedad moderna. El populismo es, entonces, el “grito de dolor” de la democracia moderna y representativa. El populismo es un acontecimiento inevitable en regímenes que se adhieren a los principios democráticos pero en donde, en efecto, la gente no gobierna.
El populismo pone a las ciudadanías democráticas en una situación peculiar: su búsqueda de políticas que reflejen mejor o sean más fieles a las preferencias e intereses de la propia ciudadanía de lo que lo hacen las instituciones representativas está en manos de individuos o partidos que en realidad “representan” a la gente de maneras muy tenues. El populismo casi nunca desemboca en leyes, políticas o instituciones a través de las cuales se otorga poder a la gente para que sean ellos quienes se gobiernen directa y sustancialmente. Si sucede que los líderes populistas ejercen políticas públicas que benefician a la mayoría de los ciudadanos, esto depende completamente de la competencia y la buena voluntad de esas élites, que las más de las veces demuestran ser muy poco desinteresadas y muy incompetentes.