¿Cuáles son las características primordiales sobre los movimientos Latinoamericanos de los años sesenta?
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Siglo XXI: ciudadanía y movimientos sociales
Del mismo modo, cuando hablamos de «cortes de ruta», «caceroladas» o «marchas por la dignidad», nos remitimos a repertorios de acción colectiva propios de la región. Un par de décadas antes, reconocíamos en las Madres de Plaza de Mayo, el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra , las asociaciones de familiares de detenidos desaparecidos, los comedores populares, las tomas de terreno, los comités de vaso de leche, los movimientos de mujeres y los grupos ecologistas, entre tantas otras movilizaciones, lo que José Nun llamó la «rebelión del coro», una cierta rebeldía de la vida cotidiana que habla sin que se espere y se sale así del lugar asignado al coro3. Así, se podría decir que el siglo se ha iniciado con una reivindicación de la política en la calle. Si nos detenemos en el análisis de los últimos 30 años en la región, el periodo en el que los países de América Latina retornaron a la democracia y la vieron consolidarse como sistema de gobierno, podremos observar que los movimientos sociales fueron claves tanto en la oposición a las dictaduras como en las transiciones a la democracia.
Aunque evidentemente podríamos distinguir fases y tendencias en los distintos países de la región y en las distintas áreas geopolíticas, lo cierto es que los movimientos sociales han estado presentes a lo largo de esas tres décadas. Antes de entrar en el análisis concreto de la acción colectiva, conviene resaltar los aspectos comunes de los movimientos sociales y aquello que los caracteriza como experiencias contemporáneas en América Latina. Como han señalado Arturo Escobar, Sonia Álvarez y Evelina Dagnino, estos movimientos –«sus participantes, sus instituciones, sus procesos, sus programas y sus alcances»– están implicados en las luchas por la demarcación del escenario político4. Aunque en general los movimientos sociales producen demandas de reconocimiento por parte de los otros actores y del sistema político, en el caso de los movimientos sociales latinoamericanos contemporáneos se involucran en la producción de una concepción alternativa de ciudadanía.
Así, estos movimientos sociales están implicados fundamentalmente en «la multiplicación de escenarios públicos en los cuales se pueda cuestionar y volver a dar significado a la exclusión sociocultural, de género, étnica y económica »5. Es esta la perspectiva que me interesa en el análisis de los movimientos sociales, tanto en el plano teórico como en el plano concreto. Sin embargo, el resultado de su acción suele ser mucho más positivo, proactivo y transformador de lo que dichos sustantivos y calificativos dan a entender. Y cuando este lenguaje se utiliza desde el poder, el objetivo que se persigue es la deslegitimación de la acción, con el logro, en algunas ocasiones, de la criminalización de la movilización.
En esa posición, la política en la calle solo se reconoce cuando se convoca desde el poder constituido, esto es, cuando se realizan manifestaciones de apoyo. Desde mi punto de vista, los movimientos sociales son uno de los medios existentes para hacer visibles las reivindicaciones, propuestas, demandas y problemas sociales. Por eso, para su comprensión, y para la comprensión de los fenómenos políticos y sociales de los que son parte, es necesario hacer viajes constantes de ida y vuelta entre las propuestas teóricas y los casos que analizamos. Esto permite contribuir tanto a la propia existencia de los movimientos sociales, de la acción colectiva de confrontación, como a la ampliación de los escenarios políticos y de los repertorios de acción a disposición de la ciudadanía.
Décadas de análisis de los movimientos sociales
Más de tres décadas de análisis de la acción colectiva y los movimientos sociales, de propuestas teóricas y empíricas, han aportado grandes avances. Esos avances han permitido consolidar un marco teórico común, una serie de premisas que, al día de hoy, prácticamente nadie discute y que, en el fondo, constituyen los cimientos sobre los que se asienta esta propuesta de análisis de la dinámica política de acción colectiva. Es decir, hay un vínculo necesario entre acción colectiva y acción individual, y ese vínculo es el que se reconoce como una dimensión potencial del análisis. Esos procesos configuran escenarios en los que se hace posible o no la acción colectiva y en los que se condiciona la forma que adopta la acción, si es que existen posibilidades de existencia.