menciona criterios a favor del uso del carbono en la industria
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El carbono debe tener un precio más alto si se desea contener el riesgo de un calentamiento global catastrófico. Sobre esta cuestión ecologistas y economistas están de acuerdo - junto con quizás un número cada vez mayor de industriales. El lunes, en cartas al Financial Times y a la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, seis grandes compañías de petróleo y gas abogaron por la adopción global de la tarificación del carbono. Esto es vital para desalentar el uso de la energía basada en el carbono y "para ayudar a estimular las inversiones en las tecnologías 'adecuadas' de baja emisión de carbono y los recursos 'adecuados' al ritmo 'adecuado'".
El argumento más contundente se refiere al carbón, que es tanto muy barato como muy sucio. Quemar carbón emite un kilo de dióxido de carbono por cada kilovatio hora de electricidad generada - cerca de 20 veces más que la energía eólica, solar o geotérmica. También es fácil de transportar y almacenar, y está disponible en abundancia. Por estas razones, el carbón aún abastece casi un tercio de las necesidades energéticas del mundo.
También produce tanto carbono que sustituirlo por otro combustible fósil - gas natural - produce beneficios ambientales a corto plazo. De aquí parten los argumentos a favor de la tarificación del carbono, lo suficientemente alta como para hacer que el carbón sea poco rentable pero, presuntamente, no tan alta como para descartar el gas.
Hay mucha ambigüedad oculta en el uso de la palabra "adecuado", sobre todo en cuanto al ritmo de la transición. El mercado más desarrollado para las emisiones de carbono se encuentra en Europa, donde se comercia a €7 por tonelada. Esto le añade apenas un 1 por ciento al costo de la electricidad producida a partir del carbón. De acuerdo con el Comité Británico sobre el Cambio Climático este precio tendrá que aumentar diez veces para el año 2030 y tres veces más para el año 2050.
A un nivel semejante, no sólo el carbón, sino el gas y el petróleo serían poco rentables. Las compañías que apoyan la carta del lunes poseen varios cientos de miles de millones de dólares en reservas de petróleo y gas. Si sus accionistas acogerían tal dirección es dudoso.
Por otra parte, los obstáculos prácticos y políticos a la tarificación generalizada del carbono son enormes, en particular, el desafío de enlazar los sistemas regionales. Casi todo bien comerciable incorpora un componente de carbono en su composición química o metalúrgica. Si se encarece la fabricación de estos bienes en un lugar, el proceso de manufactura se traslada inevitablemente a otra parte. Como está descubriendo Europa ahora, esto causa la clásica desventaja del primer movimiento. Los primeros en adoptar la tarificación del carbono pueden responder tratando de imponerles un arancel a los rezagados. Pero para tener idea de cómo sería recibido esto, recordemos la furiosa reacción provocada por los intentos de obligar a las compañías aéreas internacionales a comprar permisos de emisión de carbono para aterrizar en Europa.
A menos que se desarrollen otras fuentes de energía que compitan con el carbón, el gas y el petróleo, liberar al mundo del carbono tendrá un alto costo en términos de prosperidad disminuida. Pero sin esas alternativas, se desgastará el apoyo a la transición de los combustibles fósiles a otros más limpios.
Una crítica común a la política industrial - que requiere que el estado pronostique las necesidades económicas - no se aplica cuando los gobiernos están decididos a crear una demanda futura de nuevas formas de energía. Según el Apollo Global Programme, un nuevo organismo que está a favor de mayores investigaciones de nuevas formas de energía renovable, sólo US$6 mil millones de la investigación y desarrollo públicos se dedican a este fin - sólo el 2 por ciento del presupuesto. Cuando se compara con el billón de dólares invertido anualmente en la extracción y transporte de combustibles fósiles, esta cantidad está lejos de ser suficiente.
Los científicos han determinado más allá de toda duda razonable que queda demasiado combustible carbonífero en la corteza de la tierra como para ser extraído y quemado de manera segura. La mejor manera de mantenerlo bajo tierra es mediante una tarificación del carbono rigurosamente aplicada. Pero es muy probable que sólo esa medida no sea suficiente.