Reflexión
Hoy en día, ser humanista significa tender puentes entre el Norte, el Sur, el Este y el Oeste y reforzar a la comunidad humana para afrontar conjuntamente nuestros problemas. Significa garantizar el acceso a una educación de calidad para todos, de manera que cada quien pueda intervenir en el diálogo universal. Significa fomentar las redes de cooperación científica, crear centros de investigación y difundir la tecnología de la información con miras a acelerar el intercambio de ideas. Significa utilizar la cultura, en toda su diversidad de expresiones, como una herramienta para el acercamiento y la forja de una visión compartida.
Un ser humano plenamente realizado es aquél que reconoce la coexistencia y la igualdad con todos los demás, por más lejos que estén, y que se esfuerza por hallar una manera de convivir con ellos. Este nuevo humanismo requiere que todo ser humano sea capaz de participar auténticamente en nuestro destino común, incluso el más marginado de nosotros. Exige velar por que cada niño asista a la escuela y reciba una educación de calidad, comprendidas todas las niñas. Exige que logremos la igualdad entre hombres y mujeres, y que ambos sexos tengan el mismo acceso al conocimiento y el poder. Este nuevo humanismo significa también una mejor gestión de nuestro entorno natural, mediante la comprensión y la previsión de los efectos del cambio climático para millones de personas afectadas por la sequía, la desertización y la elevación del nivel del mar. Entraña la protección de la diversidad biológica junto con la diversidad cultural. Significa la prestación de ayuda a los pueblos, próximos o lejanos, que han sido víctimas de desastres naturales, como en Haití y Pakistán.
Un nuevo humanismo debe además orientarnos para apoyar el desarrollo de los países más pobres. La educación, la comunicación, la cultura y las ciencias son disciplinas estrechamente interconectadas, que en conjunto proponen una respuesta general y sostenible a los problemas que afronta la humanidad.
En una declaración de la UNESCO, publicada en 1953, se insistía ya en la función desempeñada por la comprensión mutua y el diálogo intercultural: “El problema de la comprensión internacional es un problema de las relaciones entre las culturas. De esas relaciones debe surgir una nueva comunidad mundial basada en el entendimiento y el respeto mutuo. Esa comunidad debe cobrar la forma de un nuevo humanismo, en el que la universalidad se logre mediante el reconocimiento de los valores comunes que encierra la diversidad de las culturas” *.
En el siglo XXI, la mundialización ya no es cuestión de “contactos” sino de “intercambios”. La comunidad humana mundial ha llegado a ser más consciente de sí misma. Ha establecido vínculos más estrechos; el tiempo y el espacio se han encogido. Los pueblos están cada vez más en contacto unos con otros, las culturas se entrelazan y las identidades se mezclan. Todos los países son agentes de un mismo proceso de mundialización en el que todos deben poder participar. En este contexto, la construcción de una comunidad humana exige sin duda algo más que el fomento de la tolerancia mutua, el respeto o el entendimiento, como tendrían que hacerlo sociedades alejadas unas de otras. Sin duda necesitamos buscar una cooperación más profunda y una reconciliación más enérgica mediante proyectos comunes –proyectos que podrían considerarse el preámbulo de nuestro entendimiento mutuo.
La historia, incluso la historia reciente, pone de manifiesto que es más fácil proclamar la existencia de una comunidad que construirla. Continentes enteros han sido excluidos de hecho de la comunidad a la que aspiramos, como ha ocurrido, en particular, en el caso de África. Las divisiones pueden manifestarse dentro de una misma cultura y las desigualdades pueden acentuarse en una misma sociedad. Debemos empeñarnos en lograr una nueva solidaridad, en reincorporar a todos los países a la comunidad universal. Este proyecto tal vez parezca utópico, pero la historia reciente también ha mostrado la fuerza dinámica del deseo de unidad. Yo pertenezco a una generación que vivió en una Europa dividida, separada en dos por un muro, y que supo extraer las enseñanzas del pasado para unificar el continente. En 2000, la Declaración del Milenio de las Naciones Unidas en la que se fijaron los Objetivos de Desarrollo del Milenio constituyó un hito esencial en la reafirmación de la voluntad común de todos los Estados. Bajo el impulso de la UNESCO, la reciente Cumbre sobre los Objetivos de Desarrollo del Milenio que tuvo lugar en Nueva York en septiembre de 2010 reconoció la función central de la cultura y la educación para lograr esos objetivos, reducir la pobreza y alcanzar el desarrollo sostenible. Debemos aprovechar esta oportunidad y no rendirnos al escepticismo. Debemos recordar el mensaje de Pico della Mirándola y creer en el potencial que encierra una humanidad libre. El ser humano libre puede ser algo más que un juguete de las circunstancias.
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tienes razón y te apoyo bro :)
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Ok... Súper eso, linda reflexión.
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