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Respuesta:
Hace unos diez años, empecé a dar una clase de escritura creativa de un año de duración a estudiantes de último año de la universidad. Al final del curso, se esperaba que cada estudiante produjera un libro de cuentos o poemas. Formulé un mantra para ellos: “Escribe todos los días y camina todos los días”. La instrucción específica era escribir 150 palabras y caminar con atención durante diez minutos.
Era un objetivo modesto, porque quería ser capaz de hacerlo yo también. Tenía un niño pequeño y otras clases que impartir. Hacía poco que había encontrado la famosa frase de Annie Dillard: “Como pasamos nuestros días es, por supuesto, cómo pasamos nuestras vidas”. Me hizo darme cuenta de que, con demasiada frecuencia, me pasaba los días queriendo escribir y no escribiendo. Una y otra vez, anotaba en mi diario: “Hoy no escribí”. La idea de que así iba a pasar mi vida me llenaba de desesperación.
Así que retomé la tarea que había dado a mis alumnos. Utilicé un cuaderno de composición, con esas tapas marmoleadas en blanco y negro. Después de escribir mi cuota diaria, anotaba la fecha en la última página del cuaderno y hacía una pequeña marca al lado. Cada pocos días, levantaba el cuaderno para mostrar a mis alumnos las columnas de marcas negras.
Escribía sobre mi ciudad natal, Patna, en India, donde las ratas habían robado la dentadura de mi madre y, según la policía, se habían bebido todo el licor confiscado. Creo que no me salté ni un solo día, y cuando terminó el año, había completado un libro corto. El método funcionó; no iba a dejarlo. En los minutos entre clases, o en los trenes, o en la sala de espera del pediatra, escribía mis palabras diarias y luego las contaba para asegurarme de que había alcanzado el objetivo. Una vez que había hecho el trabajo y dibujado esa pequeña marca, me parecía correcto suponer que me pasaría la vida escribiendo.
Explicación:
Me das coronita es una explicación paso a pado