como fue la escena de las mujeres con los perros en el matadero
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ni idea jaja viva dios .....
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pero te ayude
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El poeta no estaba sereno cuando realizaba la buena obra de escribir esta elocuente página del proceso contra la tiranía. Si esta página hubiere caído en manos de Rosas, su autor habría desaparecido instantáneamente. Él conocía bien el riesgo que corría; pero el temblor de la mano que se advierte en la imperfección de la escritura que casi no es visible en el manuscrito original, pudo ser más de ira que de miedo. Su indignación se manifiesta bajo la forma de la ironía. En una mirada rápida descubre las afinidades que tienen entre sí todas las idolatrías y todos los fanatismos, y comienza por las escenas a que dan lugar los ritos cuaresmales, para descender por una pendiente natural que los mismos hechos establecen, hasta los asesinatos oficiales que son la consecuencia del fanatismo político inoculado en conciencias supersticiosas.
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Los colores de este cuadro son altos y rojizos; pero no exagerados, porque solo ellos remedan con propiedad la sangre, la lucha con el toro bravío, la pendencia cuerno a cuerpo y al arma blanca, las jaurías de perros hambrientos, las bandadas de aves carnívoras, los grupos gárrulos de negras andrajosas, y el tumulto y la vocería de los carniceros insolentes. El tono subido de este cuadro ni siquiera se atenúa con la presencia del joven que aparece en él como víctima de su dignidad personal y de su cultura; por que lejos de amedrentarse y palidecer delante de sus verdugos, despliega toda la energía, toda la entereza moral, todo el valor físico, que inspira en el hombre de corazón el sentimiento del honor ofendido.
La escena del «salvaje unitario» en poder del «Juez del Matadero» y de sus satélites, no es una invención sino una realidad que más de una vez se repitió en aquella época aciaga: lo único que en este cuadro pudiera haber de la inventiva del autor, sería la apreciación moral de la circunstancia, el lenguaje y la conducta de la víctima, la cual se produce y obra como lo habría hecho el noble poeta en situación análoga.
Este precioso boceto aparecería descolorido, si llevados de un respeto exagerado por la delicadeza del lector, suprimiéramos frases y palabras verdaderamente soeces proferidas por los autores en esta tragedia. Estas expresiones no son de aquellas cuyo ejemplo pudiera tentar a la imitación; por el contrario, hermanadas por arte del autor, con el carácter de quienes las emplean, quedan más que nunca desterradas del comercio culto y honesto y anatematizadas para siempre.
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No sabemos por qué ha habido cierta especie de repugnancia a confirmar de una manera permanente e histórica los rasgos populares de la dictadura. Hemos pasado por una verdadera época de terrorismo que infundió admiración y escándalo en América y Europa. Pero si se nos pidieran testimonios y justificativos escritos para dar autenticidad a los hechos que caracterizan aquella época, no podríamos presentarlos, ni siquiera narraciones metódicas y anecdóticas, a pesar de oírlas referir diariamente de boca de los testigos presenciales. Cuando estos dejen de existir estamos expuestos a que se crea que no hemos sido víctimas de un bárbaro exquisitamente cruel, sino de una pesadilla durante el sopor de una siesta de verano.
Los pueblos que por cualquiera consideración se manifiestan indiferentes por su historia y dejan pasar los elementos de que ella se compone, como pasan las hojas de otoño, sin que mano alguna los recoja, están condenados a carecer de fisonomía propia y a presentarse ante el mundo insulsos y descoloridos. Y si este olvido del cumplimiento de una obligación es resultado intencional de un falso amor patrio que silencia los errores o los crímenes, entonces es más de deplorarse, porque semejante manera de servir a la honra del país más que una virtud es un delito que se paga caro; porque inhabilita para el ejemplo y para la corrección.
Echeverría no pensaba así, y creía que si la mano de un hombre no puede eclipsar al sol sino para sí mismo, el silencio de los contemporáneos no puede hacer que enmudezca la historia; y ya que forzosamente ha de hablar, que diga la verdad. Su escrito como va a verse es una página histórica, un cuadro de costumbres y una protesta que nos honra. —563→