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Había una vez… un viejo campesino que cada día andaba largos kilómetros para recoger agua de la fuente más cercana y transportarla a sus allegados. El hombre caminaba cada día portando en sus hombros dos vasijas, apoyadas sobre un palo.
Las vasijas, al igual que él, no eran inmunes al paso de los años, y también habían ido envejeciendo y deteriorándose con el paso del tiempo.
Una de las vasijas había resultado más castigada con los continuos viajes del hombre y hacía tiempo que se había agrietado, lo que hacía que perdiera cada vez más agua en los trayectos. Cierto día, la vasija agrietada le dijo al hombre:
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