Respuestas
Podríamos seguir en nuestro entorno cultural buscando citas y actitudes que han sido y siguen siendo caldo de cultivo para la mente del hombre desde su más tierna infancia. Todo esto, alimentado por una sociedad violenta y falta de habilidades sociales frente a los conflictos diarios, es una de las fuentes más visibles de las conductas violentas adoptadas por los hombres asesinos-enfermos/ enfermos-asesinos, que este año ya superan los cincuenta y cinco. En todo momento nos referimos a nuestro entorno cultural y geográfico, dejando de lado el mundo islámico, al que se puede acceder desde el maravilloso libro de Ayaan Hirsi Ali ‘Yo acuso’.
Quién no sabe un chiste en el que lo protagonista es la idea despectiva de la mujer, su permanente histeria, su facilidad para bajarse las bragas o su afición al ‘puterío’. Todo esto, con la mayor naturalidad; incluso lo contamos delante de las mujeres y ellas, por deseo de agradar o llevadas por la corriente, son las primeras en corresponder con la carcajada o una sonrisa.
Éste u otros muchos hechos han ido generando un constructo social que de forma diferente se va inoculando en los hombres y en algunos de forma dramática, hasta que lo ponen en práctica con su compañera y con sus hijos, acabando generalmente en el sacrificio sobre el altar de la casa, de la calle bajo el impacto de alguna escopeta de caza, sublime ofrenda a la estupidez.
No queremos terminar esta reflexión sin proponer alguna alternativa, por si sirviera de algo. Tenemos claro que las medidas judiciales y policiales existentes no sirven, porque nos enfrentamos a enfermos descodificados, con la clarividencia de que su ofensa se limpia con la muerte de ambos, sin duda y sin alternativa posible. El tratamiento en la última etapa es ineficaz y estéril, la eficiencia de los recursos es nula. Precisamos seguir protegiendo a las mujeres hasta que esto cambie. Pero, el camino eficaz, aunque a medio y largo plazo, es otro más complejo y multidireccional.
La escuela debe ser un eje de intervención primario e insistente. No se puede permitir la violencia ni física ni psíquica de los chicos hacia las chicas, ni si quiera justificarla con que son cosas de niños, que ellos deben resolver. Hay que darles habilidades sociales saludables y democráticas. Hay que establecer el Mediador de Conflictos de forma institucional, por el que hay que pasar ante cualquier diferencia de opinión y el que no lo utilice debe ser desacreditado aunque tenga la razón. Tolerancia cero con la violencia.
La familia debe desembarazarse de todos los prejuicios y estereotipos sociales acumulados en los últimos siglos y empezar a tratar a las hijas igual que a los hijos: misma libertad, posibilidades, vocabulario, horarios, cariño, etc. Las religiones deben superar todos sus traumas sexuales, su fobia a la mujer como centro de todos los males que le pasan a la sociedad. Cambiar el vocabulario y la actitud en todo lo que se relacione con ellas y entrar en una vía de democratización e igualdad, que facilite su participación en ritos, debates, responsabilidades.