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Hablar del estudio de afroargentinismos es una entusiasta especificación que la realidad se encarga de empobrecer. Siendo realista, sólo puedo dar cuenta de unos pocos textos sobre el tema y el habla argentina que abordan la cuestión. Aunque hay estudios específicos, el haber sido realizados con más pasión que entendimiento -salvando excepciones- termina desluciendo sus aportes. Por otra parte, la atribución de argentino a muchos de los términos tratados no suele trascender la buena intención, pues su radio de alcance raramente va más allá de la Ciudad de Buenos Aires. La ocasional inclusión de expresiones del español del Uruguay (en realidad de Montevideo), lejos de contribuir a una visión holística de un fenómeno que bañaría a ambas orillas del Río de la Plata, confunde al generalizar realidades no necesariamente compartidas entre ambas urbes. Se suma a esta confusión territorial una descuidada abstracción temporal, pues situando sincrónicamente voces no siempre contemporáneas, estos estudios buscan lucirse más por su afán acumulativo que por su deber explicativo de un hecho diacrónico, el habla en el contexto del proceso esclavista y su llegada al presente[1].
Más allá del valor del testimonio del general Gerónimo Espejo de 1848, el primer reconocimiento científico de la existencia de afroargentinismos está en Eurindia, de Ricardo Rojas (1924), paradójicamente entusiastamente eurocentrado y cuyo libro puede considerarse epítome del generalizado desinterés nacional por la cuestión afro (Cirio 2007b). De hecho, hasta el neologismo que ideó por título confiesa ser la feliz resultante de la conjunción de Europa –Eur– y América –india-, como si el forzamiento de la presencia africana en América prácticamente desde la invasión europea no hubiera existido o fuera irrelevante. La mención aparece en el parágrafo 16, “Los argentinismos”:
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hola
cómo
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estás
cara de nalha
nalga jajajaja
chau