Escuché que cantaba una buena canción.
Escuché que tenía un estilo.
Y entonces vine a verlo,
Para escuchar un rato.
Y allí estaba él, este joven,
Un extraño para mis ojos.
Rasgando mi dolor con sus dedos,
Cantando mi vida con sus palabras,
Me sentí toda sonrojada con fiebre,
Avergonzada por el público.
Sentí que él encontró mis cartas,
Y leyó cada una de ellas en voz alta.
Rogué para que termine,
Pero él sólo seguía.
Rasgando mi dolor con sus dedos,
Cantando mi vida con sus palabras,
Respuestas
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Quiero morir cuando decline el día,
en alta mar y con la cara al cielo,
donde parezca sueño la agonía
y el alma un ave que remonta el vuelo.
No escuchar en los últimos instantes,
ya con el cielo y con el mar a solas,
más voces ni plegarias sollozantes
que el majestuoso tumbo de las olas.
Morir cuando la luz triste retira
sus áureas redes de la onda verde,
y ser como ese sol que lento expira;
algo muy luminoso que se pierde.
Morir, y joven; antes que destruya
el tiempo aleve la gentil corona,
cuando la vida dice aún: «Soy tuya»,
aunque sepamos bien que nos traiciona.
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En todas mis penurias.
Y luego miró justo a través mío
Como si yo no estuviera allí.
Y simplemente siguió cantando,
Cantando claro y fuerte.
Rasgando mi dolor con sus dedos,