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En los últimos años asistimos a una proliferación de iniciativas institucionales en el campo de la juventud que se refieren a la ciudadanía juvenil como su principal objetivo a promover. Sin duda, una referencia imprescindible en este campo es el Estatuto de ciudadanía juvenil aprobado en 2013 en Colombia con rango de Ley Estatutaria que comienza afirmando que su objeto es "establecer el marco institucional para garantizar a todos los y las jóvenes el ejercicio pleno de la ciudadanía juvenil…". Pero existen mucho otros ejemplos, tanto en Latinoamérica como en Europa. Por solo citar algunos, el Programa Iberoamericano de Juventud aprobado en la XXIV Cumbre Iberoamericana (2014) incluye entre sus objetivos "generar espacios de participación, formación y desarrollo de iniciativas que fortalezcan la ciudadanía juvenil en Iberoamérica"; el Plan Nacional de Juventudes 2011-2015 de Uruguay se plantea articular "una estrategia común en pos de la construcción de ciudadanía juvenil"1. También muchos especialistas coinciden al referirse a la idea de la ciudadanía como objetivo central del trabajo en juventud (Cañas, 2003, Comas, 2007, Guidikova, 2002). En suma, parece haber un progresivo consenso de que el logro de una ciudadanía plena por parte de los jóvenes debería ser el propósito central de las políticas de juventud y el horizonte evaluativo para medir su efectividad2
Un riesgo siempre latente cuando se trabaja con un concepto como el de ciudadanía juvenil es que estemos ante una nueva categoría cargada de retórica tecnocrática -como en la década de los 90 lo fue la de ciudadanía activa-, que finalmente no tenga una repercusión real en el trabajo de los diferentes actores presentes en este campo y en la vida de los propios jóvenes. Para hacer frente a este problema el primer paso es contar con una definición precisa del concepto en cuestión. En este caso se entenderá la ciudadanía juvenil como un proceso de conquista de espacios de autonomía (personal y colectiva) e implicación participativa de los jóvenes que dejarían así de ser mero objeto pasivo de la actuación pública para convertirse en sujetos protagonistas de unas políticas activas de promoción de su condición ciudadana. El siguiente paso será esbozar una perspectiva analítica sobre la construcción de la autonomía de los jóvenes que sitúe el desarrollo de la ciudadanía juvenil en el centro de todo el planteamiento. Este es, precisamente, el propósito de este texto y para ello en el próximo apartado se analizará el modelo de ciudadano hegemónico y los problemas de integración que plantea a los jóvenes. En el tercer y cuarto apartados se analizarán los rasgos de la condición ciudadana juvenil y el papel de las prácticas como herramienta de formación de la experiencia ciudadana. En el apartado final, se proponen algunas líneas de trabajo para avanzar en el citado propósito de construir una ciudadanía juvenil. En último término, lo que se proponen estas páginas es discutir sobre un dilema reiteradamente planteado en las sociedades democráticas: si es posible ser joven y ciudadano al mismo