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La democracia es el sistema político en el que algunas de las personas que ocuparán cargos de autoridad (habitualmente dos de los tres poderes, el ejecutivo y el legislativo) se eligen sometidas a la voluntad de la mayoría de los adultos a los que representarán.
Sin embargo, el espíritu de la democracia va más allá de la mera decisión mayoritaria y luego esperar a que se brinde una nueva oportunidad de renovar los cargos: es esperable que las personas que vivan en una democracia se comprometan y participen en diferentes instancias de decisión, tal vez de menor impacto que las elecciones pero no por eso carentes de importancia.
Una de las aristas de la democracia, entonces, parece ser que las personas votando eligen a sus representantes, pero no por eso le ceden el total de las decisiones sino que pueden seguir participando en diferentes instancias de la vida cotidiana.
Parece lógico, entonces, pensar que el ámbito público ofrece una gran cantidad de instancias en las que se puede manifestar la democracia, más allá de la propia elección de las autoridades políticas. Es habitual que las personas tengan algunas instancias de representación más allá de las que ofrece la sociedad entera, como los sindicatos, los centros de estudiantes o los espacios de participación vecinal o barrial.
Ver también: Derecho en la vida cotidiana
En estos lugares, claro, las inquietudes individuales de las personas toman fuerza y pueden llegar a tener una repercusión en el orden público que no se hubiera dado en forma individual, pues la mayoría de los representados por los dos poderes electivos carecen de una comunicación fluida con sus representantes.
Los órganos de representación de ese tipo son más que necesarios para una sociedad efectivamente democrática, y es correcto difundir la posibilidad que tienen la mayoría de los individuos de acceder a alguno de ellos.
Los intereses compartidos que se presentan entre los distintos miembros no impiden que habitualmente allí se elijan de forma democrática representantes, que serán aquellos encargados de acceder a las reuniones con las autoridades políticas generales.
Sin embargo, es correcto también pensar a la democracia en el ámbito más privado de las relaciones humanas. Esta forma de pensar la democracia es bastante más discutible, pues las relaciones que se establecen en el orden privado no tienen la igualdad que tienen las del orden público, siendo válida la crítica al orden democrático permanente.
Nadie pensaría como correcto que, por ejemplo, un padre y un hijo tengan igual decisión a la hora de elegir el lugar para ir de vacaciones, o mucho peor, un médico y un paciente comiencen una discusión respecto al tratamiento a elegir. Sin embargo, existen instancias en las que la salud democrática se manifiesta aún dentro del ámbito privado.