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Todos sabemos que vamos a morir, que somos mortales. Pero la mayor parte del tiempo actuamos como si fuéramos inmortales. Es decir, perdemos el tiempo, posponemos cosas importantes para después, hacemos proyectos en los que no tomamos en cuenta nuestra salud, nuestra edad, nuestra vejez o nuestras fuerzas, hacemos promesas y en muchas ocasiones no estamos total y plenamente presentes aquí y ahora aprovechando al máximo el tiempo sabiendo que es limitado. La gran enseñanza de la experiencia de la muerte es que existen límites, que la vida no se extiende inconmensurable, todo puede sernos arrebatado en cualquier momento.
La experiencia de la muerte la llegamos a vivir sólo de manera indirecta. Salvo aquéllos que han experimentado una muerte clínica por algún padecimiento u operación, que se van, pero regresan, reviven después de unos minutos de muerte o regresan de un estado de coma, salvo esos casos la muerte sólo la vivimos a través de la muerte de otro. Se mueren aquéllos que les dio coronavirus, los del tsunami, se muere gente en un atentado, se muere un vecino, se muere la abuelita de una amiga, se muere el gobernador, se muere… Pero cuando se muere alguien cercano, y no sólo próximo sino un ser querido, entonces tenemos una forma mucho más intensa de vivir la experiencia de la muerte.
También podemos experimentar momentos de muerte cuando perdemos algo o a alguien. Nos referimos a perder lo que es significativo para nosotros, lo que nos brinda un cierto apoyo a nuestras vidas y que quizá no valoramos, sino como dice el dicho, “hasta que lo vemos perdido”. Ser despedido del trabajo, que termine una relación amorosa o que se separen nuestros padres pueden ser formas de perdida que se parecen a la muerte. Y si es la misma muerte la que nos arrebata lo que nos era preciado, más vívida es nuestra experiencia de morir.
Cuando algo o alguien forma parte de nuestra vida se integra en nuestro mundo interior. Y en la medida en que nos era importante es en la medida en la que perdemos una parte de nosotros mismos con su pérdida o con su muerte. Una parte de nosotros muere. Y es lo más cercano a la muerte que tal vez podamos experimentar en vida. Ahora bien la muerte nos confronta de lleno con lo que somos, con lo que hemos o no hecho y con los motivos de vivir. Por supuesto que también nos hace más conscientes de que pudimos ser nosotros los que muriéramos, que la muerte está presta en cualquier momento. Otras pérdidas como la pérdida significativa de la salud, la pérdida de relaciones de amor muy importantes para supervivencia de la persona son formas de vivir “pequeñas muertes” en nuestro interior. Pero qué queremos decir cuando afirmamos que la muerte nos confronta de lleno con lo que somos, con lo que hemos