Respuestas
erían las 10 cuando Andrés esperaba junto a los demás estudiantes en el patio que daba acceso a la antigua capilla a la que se accedía por la Escuela de Arquitectura; allí se impartiría la primera clase con que daría comienzo el curso y su carrera de Medicina. Abrieron la puerta y entraron en tropel impacientes por coger sitio en el graderío. Cuando entró el profesor con sus ayudantes provocó aplausos ridículos, y él los agradeció de forma ridícula. Después pronunció un discurso vacío y grandilocuente como si fuera un actor. Comenzaron las burlas.
La siguiente clase se impartía en la Universidad Central, hacia allí se encaminó con Julio Arancil, antiguo compañero de instituto, y Montaner, amigo de este. Aquella clase fue diferente, el viejo profesor, seco, cortó de raíz el primer conato de desorden.[38]
Hurtado y Montaner estaban encontrados, el uno republicano y antiburgués, Hurtado, monárquico y aristócrata, dándoselas de hombre de mundo… Los intentos de mediar de Julio eran inútiles.
II: “Los estudiantes”
Madrid vivía en una burbuja. Los estudiantes venía divertirse, el estudiante serio no podía empeñarse, cualquier crítica era descalificada como fruto de la envidia. Estábamos estancados. La mayoría de los profesores universitarios, viejísimos, deberían estar jubilados y se mantenían porque tenían contactos o por vanidad. El profesor de Química era un buen ejemplo, sus clases eran un circo donde la gente fumaba, leía, gritaban, entraban perros o tocaban la corneta, menos atender cualquier cosa. Aquello, para Andrés, resultaba bochornoso [43].