¿quién era Lorenzo Anabalón y qué relación tenía con Uberlinda Linare? Los trenes se van al purgatorio
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Prólogo El tren, gran protagonista y «última cuota de romanticismo del siglo», cruza la pampa salitrera en un irreal itinerario por las abandonadas estaciones del desierto de Atacama, esa cantera inagotable de «casos» y de historias. Durante los cuatro días y cuatro noches de viaje, al ritmo de ese traqueteo que ya avanza, ya se detiene, ya confunde la dirección (tanto que a veces no se sabe si la locomotora apunta hacia el sur o hacia el norte), conviven viajeros de toda laya y clase: un acordeonista perseguidoporel fantasmade lamujer amada; una quiromántica rodeada de hierbas mágicas y talismanes especiales para atraer la dicha a los desdichados y la aventura a los desventurados; un ciego que vende peinetas y canta boleros de Julio Jaramillo; una mujer de luto que va en busca del cadáverde su hijomuerto en las calicheras; en el silencio cósmico del desierto más triste del mundo, por donde cruza, como un espectro de fierro, el tren Longitudinal Norte, el Longino. La locomotoraavanzahumeante,férrea,fragorosa,por el desierto más triste del mundo.Piedraapiedra,cerroa cerro,quebrada a quebrada, bufando como una mula sedienta, avanza negra la locomotora (sólo su gran campana de bronce brilla sonámbula bajo el sol de mediodía). Traqueteando una dura letanía interminable, ruega que ruega rogando, van los coches polvorientos para que el calor no le evapore el ánimo a la locomotora,paraque losespejismosazulesanegandolos rieles de acero a lolejos no la engañen con sus lagunas de mentira y, muerta de sed, no se quede comouna bestiareventadaenmediode esassoledadesinfinitas en donde,asu paso,ningunavaca lentavuelve lacabeza para mirarla, ningún labriego endereza su torso de ángel doblado para hacerle señas y el óleo de ninguna lluvia inefable unge el arestín de su espinazo de fierro.