Marciano, mal cerradas las heridas que
recibió ayer mismo en el tormento...
Presentó se en la arena,
sostenido por dos esclavos;
vacilante y trémulo.
Causó impresión profunda su presencia; “¡Muera
el cristiano, el incendiario, el pérfido!”
Gritó la multitud con un rugido por lo
terrible, semejante al trueno, (...)
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En el circo romano
- septiembre 12, 2009
Gracias a una nueva colaboración de nuestro amigo Manuel Terrones, de la promoción 84, hemos conseguido el tercer poema que el Hno. Rubén nos hizo recitar en los Juegos Florales 1983. Se trata de "En el Circo Romano", de Juan Antonio Cavestany, que en los juegos de 1983 fue declamado por Martín Landers. Manuel nos cuenta que también lo recitaron cuando el Hno. Rubén fue su tutor en el año 84.
Luego de tantos años podemos volver a leer este hermoso poema y su mensaje. En realidad, en aquella época no le presté la debida atención, pero ahora que lo he leído detenidamente... ¡qué fuerte la fe de Marciano! Es un bellísimo poema. Deben acordarse de la forma como el Hno. Rubén daba las indicaciones para que fuera declamado, diciendo la frase "Te perdono, Nerooooón..." alargando la o mientras diminuía la voz y movía su mano hasta que todo quedaba en silencio.
Recuerden que también hemos publicado "Los motivos del Lobo", de Rubén Darío (declamada por Beto Román) y "La Inteligencia", de León Tolstoi (declamada por Hernán Flores).
En el Circo Romano
Poema de Juan Antonio Cavestany
Marciano, mal cerradas la heridas
que recibió ayer mismo en el tormento,
presentóse en la arena sostenido
por dos esclavos; vacilante y trémulo.
Causó impresión profunda su presencia.
“¡Muera el cristiano, el incendiario, el pérfido!”
gritó la multitud con un rugido
por lo terrible, semejante al trueno.
Como si aquel insulto hubiera dado
vida de pronto y fuerza al enfermo,
Marciano al escucharlo, irguióse altivo,
desprendióse del brazo de los siervos,
alzó la frente, contempló a la turba
y con raro vigor, firme y sereno
cruzando solo la sangrienta arena,
llegó al pie mismo del estrado regio.
Puede decirse que el valor de un hombre
a más de ochenta mil impuso miedo,
porque la turba al avanzar Marciano
como asustada de él guardo silencio;
llegando a todas partes sus palabras
que resonaron en el circo entero:
-César -le dijo- miente quien afirme
que a Roma he sido yo quien prendió fuego.
Si eso me hace morir, muero inocente
y lo juro ante Dios que me está oyendo.
Pero, si mi delito es ser cristiano,
haces bien en matarme, porque es cierto,
creo en Jesús y practico su doctrina
y la prueba mejor de que en Él creo,
es que en lugar de odiarte ¡te perdono!
y al morir por mi fe, muero contento.
No dijo más, tranquilo y reposado
acabó su discurso, al mismo tiempo
que un enorme león saltaba al circo
la rizada melena sacudiendo.
Avanzaron los dos, uno hacia el otro,
él los brazos cruzados sobre el pecho,
la fiera, echando fuego por los ojos,
y la ancha boca, con delicia abriendo.
Llegaron a encontrarse frente a frente,
se miraron los dos, y hubo un momento
en que el león, turbado parecía,
cual si en presencia de un hombre tan sereno,
rubor sintiera el indomable bruto,
de atacarlo, mirándolo indefenso.
Duró la escena muda, largo rato
pero al cabo, del hijo del desierto
la fiereza venció, lanzó un rugido,
se arrastró lentamente por el suelo
y de un salto cayó sobre su víctima.
En estruendoso aplauso rompió el pueblo.
Brilló la sangre, se empapó la arena
y aún de la lucha en el furor tremendo,
Marciano con un grito de agonía
-Te perdono, Nerón -dijo de nuevo.
Aquel grito fue el último; la zarpa
del feroz animal cortó el aliento
y allí acabó la lucha. Al poco rato
ya no quedaba más de todo aquello
que unos ropajes rotos y esparcidos
sobre un cuerpo también roto y deshecho,
una fiera bebiendo sangre humana
y una plebe frenética aplaudiendo.
poemas.
Explicación:espero te guste;me puedes dar una coronita plis